martes, 5 de mayo de 2020

LA CALLE DEL ADIÓS

Vivimos momentos difíciles. Momentos que, parejo con la angustia,  obligan a navegar por recuerdos de amigos, de los que ni hemos podido despedirnos ni, como mal menor, compartir el dolor con sus hijos, padres, ni abuelos... 

Hoy, entre tantas ausencias la memoria me traslada hasta la isla de La Palma, concretamente a Tijarafe, donde paseé, a principios de este siglo, con el repentista Eremiot que me llevó a conocer algunos de los mas, bellos rincones del municipio... 

Fue un largo recorrido, con paradas ilustrativas, que Eremiot se conocía al dedillo. Desde las altas cumbres, donde estuvimos durante horas con carboneros de la zona, hasta el mar. Allí, con su barquito, nos adentramos en “Cueva Bonita”, lugar repleto de misterio y leyenda... Una cueva con dos bocas, por la que los pescadores de la zona, burlaban  las visitas no deseadas , de los berberiscos... 


También me llevó, hasta el pequeño embarcadero denominado “Poris de Candelaria”, donde me llamó la atención que un reducido grupo de pescadores, hubieran creado un pueblo dentro de una gran cueva, en la misma orilla del mar.  


Me presentó al mismísimo “Diablo de Tijarafe”, encarnado en un personaje de cuento: Nicolás Rodríguez... También a María "la barajera", afamada echadora de cartas de la zona, a la que visité y me vaticinó que no volvería más a la isla de La Palma... Por eso,  cuando paramos en un barcito de la zona y escuché una abundante ración de décimas, al despedirme, me dijo Eremiot: “si quieres chafarle el vaticinio a  la barajera, no vayas por la calle del Adiós , porque por esa calle, se va derechito al cementerio.” 

Con el paso del tiempo, regresé a Tijarafe y recordé al amigo Eremiot y cuanto me había dicho, de la calle Adiós... Emprendí el regreso, caminando por las adoquinadas calles del municipio,  mientras me venía a la memoria la poetisa cubana, Dulce María Loynaz que en 1.958 escribía así, en la publicación “Un Verano en Tenerife”, sobre la calle que se llama Adiós que bajo su rotulación aparece pintada estas sentidas letras... 


Foto: Alfredo Ayala, en la calle del Adiós


“¿Qué secreto alentaba en ella que su recuerdo había perdurado a través de una distancia que medía por olas, de un tiempo que ocupa casi toda la vida?.. Lo supimos después. No era sombra de amor ni de misterio. No era aroma de leyenda. Adiós, sencillamente era la calle que conducía al camposanto. Pero voy a decir lo que era de manera exquisita: lo era con poesía que era una cosa que se da muy poco en materia municipal, y, por mejor decir poco en cualquier materia. No creo que haya habido Concejales padrinos:  fue el pueblo, un pueblo diminuto el que se acostumbró a llamarlo así, o ella misma nació ya con ese nombre que le era íntimo consustancial, exacto. De ahí la gracia la finura que no puedo olvidar quien la mira en otros días con sus ojos de niño. La calle va en declive, cortada sobre un risco; el pueblo queda arriba recogido el puñado de sus casas al filo del barranco. Pero hacía abajo y ya en el mismo talud que desciende verticalmente, en un despliegue de la roca han puesto el cementerio, como quien pone un ramo de azahares al pecho de la montaña. Bien se comprende que es difícil llegar a aquél sitio, aún para los hijos de esa fragosa tierra avezados a franquear desfiladeros: fue así que se hizo uso con el tiempo en detenerse en cierta escotadura donde la calle se quebraba por un corte de tajos descendentes. Era el umbral de las despedidas: allí quedaban los acompañantes todavía por unos minutos viendo bajar ya a picos de las Breñas un reducido resto de cortejo. Allí en silencio conmovido daban el último saludo el amigo al amigo que se iba, el hermano al hermano ….Luego se volvían calladas calle arriba, impregnada de suspiros hecha de adioses sin salida, no podía tener ya más que un nombre : y se llama ADIÓS.” 

*Nota: Las dos primeras fotos pertenecen a "Fotos Antiguas de Canarias"

ALFREDO AYALA OJEDA 

miércoles, 8 de abril de 2020

A JUAN PERICO, DEFENSOR DE NUESTRAS TRADICIONES

Mi primera visita a la isla de El Hierro, prendió la llama de la pasión por lo nuestro. Tenía, en algún rincón de este blog, ya lo he contado, conocimientos dormidos en los que nunca había reparado. Pero esa primera visita fue como el volador de salida, para que me metiera de lleno en conocer y divulgar nuestras costumbres y tradiciones. Para este primer desplazamiento acudíamos para realizar un trabajo para la serie “El Pueblo Canta” sobre el recién creado grupo Tejeguate y la intención era recoger las voces de aquel numeroso grupo de componentes, donde se alternaban veteranos y mucha gente nueva: Cantos de arada, de siembra, de higos, espantar cuervos, moliendo, segando, etc. 

Mientras se realizaban los preparativos, deambulé por el entonces derruido hotel más pequeño del mundo, por las ruinas del poblado de “Guinea los juaclos”, casi oculto por las calcosas y me llegué hasta un barcito, donde estaba el cuervo parlanchín azabache... 

De regreso, me encontré con Juan Perico, que iba con su morral y su regatón, camino de la Fuga de Gorreta, para llevarle algo de comer a los lagartos de Salmor. Hablamos durante largo rato, sobre nuestro deporte la Lucha Canaria y me contó algunas historias sobre los lagartos y su vínculo familiar con esta valiosa especie. 

Foto: En el lagartario con Juan Perico

Al paso del tiempo, nos había llegado nuevo material a Televisión Española y entonces se pensó en hacer una serie, para recoger el momento actual en el que estaban todos nuestros municipios. Y como no, dentro de todos esos municipios se encontraba el de La Frontera...  Entre los temas que debíamos abordar, estaba el lagarto de Salmor y la única manera que teníamos de llegar hasta allí, era contando con la valiosa colaboración de Juan Perico, que estaba acostumbrado a las subidas y bajadas, tenía potencia física y además era un hombre experto en el manejo de la lanza.  

Hablé con él y nos prestó toda la ayuda. Era un material delicado y pesado. El vídeo sólo, pesaba sobre los 20 kilos, más trípode, cámara, batería y hasta los dos operadores.  Después, las imágenes obtenidas, grabaron a una colonia de 90 ejemplares de lagartos, que estaba en la más absoluta de las libertades. Al llegar el equipo como la grabación, recuerdo que gente estaba expectante porque todos habían oído hablar de los lagartos, pero pocos era los que los habían visto. Y en el mismo bar de Tigaday, pusimos las imágenes... Fue un momento mágico.  

Otro de los encuentros con Juan Perico, fue en lo alto de Guinea Los Juaclos, cuando emprendimos un capítulo del programa etnográfico Senderos Isleños, dedicado al Salto del Pastor. Y Juan Perico, no dudó en ponerse a nuestra disposición, para que el programa se hiciera realidad. 

Más tarde, en distintos encuentros lo vi luchar, junto a su hermano Francis Pérez “Pollito de la Frontera”.  

Hoy, en casa, disciplinado por el recogimiento al que nos ha obligado el Coronavirus, cuando las redes sociales dan la noticia de su fallecimiento.  

Amigo Juan Perico, desde aquí, mis condolencias a familiares y amigos. 

Se me ha ido no sólo un amigo, sino también todos hemos perdido a una buena persona. 

Descansa en paz. 

ALFREDO AYALA OJEDA

sábado, 4 de abril de 2020

LA VOZ DEL BUCIO

“Abuelo”, -le preguntaba el nietito a la vez que le acariciaba su huesuda mano, vestida de esa característica piel arrugada, que va dejando el paso del tiempo- “tú fuiste niño como yo lo soy ahora...” El abuelo, como queriendo entrar en su breve mundo, se enternecía al escucharlo. Su fina voz, era como un regalo para sus oídos. Eran dos mundos distintos: uno dispuesto a comerse el mundo, hablando atropelladamente con sus prisas y sus repetitivas preguntas,  mientras el abuelo, pausado, con la mirada cansada, y respiración entrecortada, veía pasar el tiempo disfrutando de cada segundo. 
Los dos estaban en casa, confinados, viviendo con incertidumbre la pandemia de COVID-19. Solo tenían contacto con la calle a las 20h, cuando juntos, con el corazón en un puño, salían para expresar con el aplauso su agradecimiento y admiración a cuantos de una manera u otra, prestaba su trabajo y su vida en ayuda de los demás... 

Después, de nuevo, la repetitiva pregunta: Pero Abuelo, dime, tú, fuiste niño como yo lo soy ahora... Sí hijo. Sí. Yo fui un niño travieso y también aplicado. Obediente y respetuoso. Hoy, te voy a hablar de una triste historia que la transmisión oral ha traído hasta nuestros días... Recuerdo que en casa, según me contaban mis padres, hubo una plaga que arruinaron los campos: “La cigarra berberisca”, llamada así porque estas enormes cigarras procedían de la Berbería. Los europeos utilizaron el tema de Berbería en los siglos pasados, para referirse a las regiones costeras de Marruecos. Fue una tremenda plaga y no había medios para combatirlas. Se cernía sobre la isla, el peor de los males: el hambre. El cigarrón berberisco, amenazaba con devorarlo todo... Los cultivos desaparecían, millones de cigarras engullían todo cuanto encontraban a su paso. Era principios de 1.811 y los medios para emprender la lucha, no existían. Se hablaba de fuego, pero las llamas se descartaron porque era el peor de los remedios... Se usaron todo cuanto hacia ruido, almireces, latas, cucharas, tambores, cajas de guerra, bucios... Todo esfuerzo fue inútil... Pero hombres y mujeres de los municipios de Guía, Gáldar y Moya, no desmayaron... Un día, en la montaña de Vergara, hicieron la promesa votiva a la Virgen de Guía y al poco, la virgen puso la mano y envió tan tremendo aguacero, que la cigarra desapareció de la isla. La virgen, cumplió y hoy, cuando han pasado más de doscientos años, se recuerda ese dramático momento acudiendo todos hasta la montaña de Vergara, para rememorar el momento y darle las gracias a la Virgen.  

El bucio, la caracola o la bocina, que de todas estas maneras se conocen, en las islas, sirvió en tiempos cercanos para prolongar la voz. A través de él, se anunciaban las fiestas, las llegadas de enemigos, las desgracias, el comienzo de la jornada... El bucio, era el móvil de la época... 

Hoy, querido nieto, estamos viviendo unos momentos delicados. El Coronavirus, se ha plantado en el mundo y hace estragos entre la población, No tenemos medios para luchar. No tenemos otra arma que el recogimiento, en nuestras casas para alejarnos del bicho... Hay hospitales, clínicas, polideportivos, preparados para atender a los contagiados... Por esos estamos en casa, recogidos, para dejar espacios libres en centros sanitarios, para facilitar la atención a los afectados. 

Pasas por la calle y no ves un alma. Las obras, paradas: los estadios, vacíos. Guardamos distancia entre iguales. Todos y cada uno, estamos en un encierro domiciliario. La ciudad está solitaria, casi muerta. Pero pese a ello, estamos unidos. Juntos, por una causa que se me antoja un fino hilito, que separa la vida de la muerte. De tu conducta, de seguir las instrucciones, depende de que el sinvivir de hoy, mañana sea olvido. Estamos unidos simbólicamente a los que se juegan la vida por nosotros, a los que abren sus centros comerciales para facilitarnos adquirir la comida; panaderías bancos, taxistas, farmacias, guardias y policías... Estamos lejos, pero cerca de superar este mal.  

Es duro el encierro voluntario. Durísimo, pero cada día nos sorprende la actitud de la gente, que convierte sus terrazas, balcones o ventanas, en escenarios para alegrarle unos minutos a los vecinos. En El hierro, en La Gomera, las chacaras, pitos y tambores a la hora convenida suenan y transmiten su aliento a la población... 


Lo mismo sucede en Santa María de Guía, como supongo que sucederá en otros muchos lugares... Por eso, cada día, a las doce en punto, me emociona escuchar la serpentina y angustiosa voz de los bucios, desde cualquier azotea del municipio de Guía, queriendo llamar a la Virgen de Guía, para que acuda en nuestro auxilio a esta cita de urgencias. 


Ahora, vivimos en Gáldar, pero la cercanía y el barranco, trae y lleva noticias y sonidos. Lydia, ayer no dudó en contestar a los bucios de Guía, desde su ventana de Gáldar. Soplaba con fuerza mientras las lágrimas resbalaban por sus mejillas. La voz del bucio, aguda, prolongada, vigorosa, se me antojaba que llamaba a las puertas del cielo, buscando que la Virgen de Guía, repitiera el milagro realizado hace más de doscientos años. 


Ya ves hijo, que yo también fui niño, como hoy lo eres tú... Y cuando tú llegues a mi edad, habrás vivido otros momentos delicados y le contarás historias a tus nietos... Y es posible que le cuentes este hecho real, para entretenerlo. Hoy intento con todas mis fuerzas, hacerte agradable este tiempo para evitar que salgas de casa, porque este virus se combate quedándonos en casa. Aquí, resistiremos. Nos ha unido la desgracia y el sonido del bucio, los aplausos, los gestos, la solidaridad, son, las armas que disponemos para luchar contra esta pandemia. 

¡NO HAY QUE BAJAR LA GUARDIA! 

¡¡¡¡¡¡ RESISTIREMOS !!!!!! 

ALFREDO AYALA OJEDA


martes, 10 de marzo de 2020

LAS COPAS, SON EL DEMONIO...

Cosa rara. Una noche, en la colombina isla de La Gomera, nos fuimos, como siempre, de copas. Estábamos tan "cargaditos" que  la estrecha carretera, por el efecto “copas”, se convertía en autopista con un montón de carriles... Pero eran otros tiempos. Tiempos en los que no había puntos, ni retirada de carnet, ni de esas cosas, que hoy te tienen con el miedo en el cuerpo y te deja la cartera escurría. 

Nos habían invitado para grabar “Tenderete” en La Gomera. Como siempre, para los preparativos, íbamos Nanino, Juan Martínez y yo, pero como eran días de esos, en los que cuadras un puente, pues Santiago Ramos “Chaguito”, se apuntó a la localización. 

Con el trabajo hecho, nos fuimos a casa de Conchita, amiga y cocinera de lujo. Llegar a casa de Conchita, era como estar en casa. Siempre de trato distinguido nos dijo: tengo unas morteras preparadas, por si quieren comerse un potajito... Lo decía con tanta dulzura, con tanto cariño, que ya adivinabas que el potaje tenía que estar de escándalo. 

En honor a la verdad, sabía a gloria. Espolvoreado con un pizco de gofio, una puntita de queso de la zona, era una auténtica bendición... 

Desde Arure, emprendimos el regreso haciendo paradas en todos los lugares donde había algo de luz que significaba que estaba abierto. 

Unas copas, un cachito de queso y a seguir la ruta... Cuando llegamos a San Sebastián, veníamos con el depósito repleto y con la vista muy extraviada y con ganas de llegar al apartamento a descansar... Pero... pero... Nanino, dijo: ¿no me irán a dejar solo?... ¿la última y nos vamos a dormir?  

¡¡Vale!! 

Llegamos a un barcito, amplio, con máquinas de cigarros y tragaperras. La barra hacía como un cuadrilátero. Solo estaba el camarero y un señor, acodado en la barra, con el cachorro tapándole los ojos y un virginio, bien chupaito, entre los labios... 

Nosotros, pedimos las copas y al sentir algo de ruido, el señor con mucho esfuerzo, levantó la cabeza y se bajó del taburete... 

No sé si nos miró o nos midió detenidamente, pero cierto es que hizo un esfuerzo considerable, para abrir los ojos... Tras el esfuerzo, se le puso cara de interrogación... Juan Martínez, leía con detenimiento el precio de los cigarros y el señor después de muchos rodeos le aseguró, señalando a Nanino: a ese señor lo conozco yo... 

Al no obtener respuesta, se vino a mi lado... Yo conozco a ese señor pero no recuerdo quien es... 

Le respondí: Yo nunca lo he visto... No puedo ayudarle... 

El borrachito, seguía con el trasteo y se acercó a Chago... ¿usted, tampoco sabe quién es...? 

¿A quién se refiere...? 

A ese señor “gordito” que está en la barra... 

No; jamás lo he visto, pero por su pinta creo que es de pa´fuera... 

Todas esas preguntas eran sobre Fernando Díaz Cutillas “Nanino”... 

Al borrachito, la cara de Nanino le era muy conocida pero no acertaba a situarla. Lo había visto, pero al verlo en otro escenario se le hacía difícil saber quién era.  

Siguió la noche y el borrachito una y otra vez, se quedaba mirándolo a ver, si lo reconocía... 

De remplón, de buenas a primera, se acercó a nosotros y nos dijo: ¡¡ ya se quién es!! 

Sí... ¿quién es? 

¡¡¡Es el comandante del Ferry Benchijigua!!! 

Durante años, recordábamos una y otra vez la anécdota... 

ALFREDO AYALA OJEDA

jueves, 5 de marzo de 2020

LUCHADORES COMO “CAMURRIA” YA NO SE ESTILAN

Ayer, entre una montaña desordenada de fotos, me encontré con esta que, en su día, junto con otras, me regaló el amigo y fotógrafo , Álamo. Son las fotos de la añoranza, de tiempos idos, cuando la lucha canaria, nuestro deporte por excelencia, gozaba de consideración y prestigio. Cuando se salía al terrero a luchar sin reservas y, en ocasiones en salir por "cáida" para vengar la derrota del padre, hermano o pariente... 

Foto: Pancho Camurria, en una agarrada en el improvisado terrero del Barranco Guiniguada.

Hacía algún tiempillo, que no recalaba por la antigua Plaza de las Ranas, en el margen derecho del barranco Guiniguada... Pero en uno de mis paseos, recordaba tiempos infantiles cuando mi padre arrendó una imprenta modesta donde se imprimía, casi de manera artesanal, el semanario deportivo “Guiniguada”. La imprenta estaba en la calle de San Justo, una calle histórica porque daba a una explanada por la que se accedía al lecho del barranco donde, en improvisado terrero, se disputaban tardes de lucha. Para ver estas luchas, el público acudía en masa y se acomodaba en la barrandilla del Puente de Piedra o sobre los quitamiedos, que bordeaban el barranco Guiniguada.  

Y esa foto, del amigo Álamo, muestra una agarrada en la que participa uno de los luchadores más airosos, que ha tenido nuestro vernáculo deporte de la lucha canaria: “El viejo Camurria”. Un luchador de talla media y unos 80 kilos de peso que, al decir de quienes lo vieron en su mejor época, se agigantaba sobre el terrero. Sus actuaciones eran auténticas lecciones de maña, sabiduría. Nada se le escondía de la lucha canaria. Cada actuación, se convertía en auténtica exhibición. Era el “As” de moda y ejercía. Agarró con los mejores luchadores del momento y brindó grandes tardes de lucha. Para él, la lucha no tenía secretos. Fino, elegante, resuelto, con amplio sentido del humor, como ya relaté en aquel tremendo desafío entre él y el Faro de Maspalomas, en la Plaza de Toros de Santa Cruz de Tenerife... (que pueden volver a leer, en https://www.etnografiayfolclore.org/2009/10/del-historico-enfrentamiento-entre-el.html ) 

Yo lo conocí en Tenerife, ya retirado de los terreros, hablamos de lucha y me confesó: “Cuando yo salía a luchar, tan solo con ver caminar a mi contrario, sabía cómo tirarlo.” 

Por eso, por el cariño y el respeto que se le tenía, cuando decidió abandonar los terreros, lo hizo entre lágrimas, recibiendo el cariño y el reconocimiento del público... 

“Camurria”, fue un luchador genial de esos que ya no se estilan. 

ALFREDO AYALA OJEDA

sábado, 29 de febrero de 2020

EL POLLO TRAVIESO Y EL GATO BURLÓN

Ayer, tenía cita en el hospital de Gran Canaria, Dr. Negrín. La cita, estaba concertada en una hora inapropiada, de esas que te parten el día y te deja con cara de simplón. Una vez terminada la revisión, de regreso a casa, decidimos que Lydia mi mujer y mi todo, aparcara el coche en el garaje mientras que yo, aprovechando que tengo que caminar diariamente, fuera a comprar un pollo y unas papas.  

Hoy, al pollo, no se le da importancia, pero tiempo hubo en que comerse un pollo era manjar solo de algunos ricachones... Aunque también estaba a golpe de imaginación y sueños de “Carpanta”, que en sus viñetas día sí y día también, soñaba con un musculoso y tentador pollo asado... Pero llegaron los cambios, el progreso... y el pollo no solo es lo más barato, sino también lo más socorrido... 

Despacito hice mi cola en el asadero, hasta que me atendieron. Compré un pollo y una ración de papas. Pagué religiosamente y al golpito, me encaminé hacia mi casa. Al llegar, la bolsa con el contenido de la compra, la puse en la encimera. Esperamos a la niña de la casa, que viene llegando al filo de las 15 horas,  aleguetié con mi mujer de lo divino y lo humano, mientras “Dafne” nuestro gatito y “Chanel” la perrita, mantenían una acalorada disputa.  


Suelo, a esa hora, ver “El Chiringuito” para ponerme al día en el deporte. Un timbrazo, era la niña que acababa de llegar. Lydia, preparó el agua y los refrescos y de pronto una pregunta recorrió el pasillo y me golpeó en el tino: -“¡Alfre! ¿dónde está el pollo?  

-En tono coñón le dije: No lo sé. La última vez que lo vi, estaba pavoneándose por el pasillo...” 

-Déjate de bromas y dime donde está el pollo.  

-Caliente, le respondí: ¡En la bolsa, junto con las papas!... 

-Aquí no hay pollo, solo papas... 

-Coño, me fui derecho a la cocina y enseguida me di cuenta que el pollo, había volado.  

-¡Joder!, me despacharon las papas, me cobraron el pollo pero no me lo pusieron...  

-Salí "eslapao" para el asadero.  

-Le conté el caso a los dependientes y me dijeron: "Es que ya, no nos queda ningún pollo... pero el pollo, seguro que se lo di" 

-Sí claro, me lo diste, se me escapó de la bolsa.... Anda, anda. Devuélveme el dinero y dame alguna cosa para escapar de esas que tienes en el expositor. Compré calamares, arroz con pollo, ensaladilla y unas albóndigas... Y ahora, les pregunté como recupero el dinero de ese pollo que se evaporó. La empleada que se desvivió para atenderme, me dijo, no le puedo devolver el dinero hasta que compruebe que efectivamente, no le di el pollo y eso lo hacemos por la noche, al cierre. Primero revisamos las imágenes y en ellas, se verá el resultado... 

Caliente como el cenicero de un bingo de los de antes, devoramos en casa lo que traje... 

Por la tarde-noche, mi hija, "descojonada" viene con un plástico transparente y el pollo que habíamos puesto en busca y captura.... 

En tono irónico, coñón, me preguntó: ¿Es este el pollo, que estabas buscando? 

-¿Dónde estaba? 

-En mi habitación, debajo de mi cama, y así, de mordisqueado. El gato, a reventar, casi sin poder moverse, relamiéndose y más feliz que una perdiz, me miraba a la vez que se aflojaba el cinturón, para liberar su oronda barrigota. Tenía, apariencia de pez tamborín y mirada de infinita gratitud y parecía decirme ¡gracias por el regalo...! 


El gato, seguramente, atraído por los olores, al no poder resistir la tentación, se subió a la encimera, trincó su pollo y se fue a la habitación de la niña, a saborearlo... 

El resto de la tarde-noche, el gato, sabedor de lo que había hecho, estuvo escondido, lejos de la vista de la familia. Incluso, creo que acarició la idea, de aprovechar estas fechas carnavaleras y salir a correr el carnaval... 

¡Qué vergüenza!. ¡Con la que armé en el asadero!. Mañana, desde que amanezca, iré a pedirle disculpas, al personal del asadero... 

Así lo hice, conté la historia con todo tipo de detalles y todo, al final terminó con una sonora carcajada... 

ALFREDO AYALA OJEDA

domingo, 23 de febrero de 2020

AQUELLOS FELICES AÑOS SESENTA

Tiempo hubo en que las noches y los días se juntaban. Eran tiempos de juventud que nos hacía pensar, que nunca llegaríamos a ser mayores... Que éramos eternos... Tiempos que ni se olvidan, ni se recuperan.  Tiempos que, como a trasmano, quedan momentos de muchas penas y escasas alegrías. Tiempos de “jalar” del chinchorro, de fútbol playero... 

Lejanos quedan grabados en la memoria, aquellas colas de racionamiento, el pedir el “templete” en Canarias y “el sustancioso” en la península (hueso que se prestaban entre vecinos para darle algo de sustancia a la comida). Tiempos de aquella Ginebra asustá, con el rabo caliente de una cuchara de aluminio, para curar las madres o “el caldito de pichón” cuando se tenía en casa a alguien delicado de salud… Embargo, eran tiempos que pasaban volando y, de camino, poniéndonos en la auténtica realidad. 

Algunos disponíamos de algunas "perrillas" para ponernos algo de brillantina en el pelo y presumir como un niño “litre” entre la pollería... Eran momentos de improvisación... Recuerdo aquellas muchachitas de buen ver, en las “reuniones” que se celebraban en las azoteas que se fijaban el pelo con cerveza y después, cuando el calor y el sudor hacían su aparición, cualquiera se acercaba... El saborcito de aquel membrillo, que mordisqueabas y lo tirabas al mar, para que se fuera endulzando. 

Empezaba a enderezarse la clase media, llegaba la última moda “la minifalda”, tuvimos conocimiento de que el sur de la isla existía y hasta algunos tenían un Seat 600, que les permitía moverse a conveniencia. El turismo, era el milagro del momento. Se respiraban otros aires y al soco del turismo, pues siempre afloraba la posibilidad para tener algún dinerillo. Yo, por ejemplo, sabía que la moneda inglesa, era más barata que la libra en papel y me recorría los hoteles buscando las monedas que, después, en los barcos ingleses que recalaban por la isla, como tenía acceso a los buques ingleses, pues me acercaba y cambiaba mis monedas por papel y sacaba unos buenos beneficios... 

Se estudiaba lo justo y nos divertíamos a lo grande. La noche, tentadora, abría las puertas de par en par y allí aparecíamos los asiduos dispuestos a ligar con una sueca, inglesa o alemana. En esa época, estaba todo por hacer. Se era aprendiz de todo. Tu padre era carpintero, pues el hijo era ayudante para aprender el oficio... El campo empezaba a abandonarse a cambiar el arado o el sacho por la bandeja... Había trabajito, corría el dinero y los que disponíamos de esos “posibles” pues estirábamos la noche y nos íbamos de ligoteo a Las Cuevas, Pinito del Oro, Altavista, el Saxo, “El Búho”, “El Tam Tam”, o a los bailes de asalto y verbenas...  

Pero, claro,  hay imágenes que no se olvidan y que me acompañarán hasta la tumba,  como aquella ocasión que en la Playa de Las Alcaravaneras vi a Pier Angeli, a Silvana Pampanini, Eddie Constantini, Gregory Peck, y a Ava Garner en el Hotel Santa Catalina... 

Pero también había guitarreo. Una tarde, hablé con mi hermano para que cubriera mi trabajo, durante un par de días. Nos habíamos juntado unos amigos. Estábamos "enralaítos"... Con todo dispuesto llegó mi hermano y me dijo que le había salido un “compromiso” ineludible, que estaba como para “mojar pan” y que no podía dejar pasar la ocasión de saborear a semejante monumento, que la naturaleza argentina había moldeado durante tantos años. Así que me borré de un plumazo de la pandilla, me quedé en tierra y el resto de la gente arrancó con rumbo a la vecina Fuerteventura... Me contaron que llegar y arrancar para el Cotillo fue de una tacada. Allí les esperaba un viejo amigo, que al decir de todos era “un pura sangre”. De esos que no se arrugan por nada y que solía decir que todo para él, era llano. Vivir al día. Era pescador.  

Tenía un bermeano y montaron un asadero, mientras las sardina s iban cogiendo colorcito y aromatizando el ambiente, dio toda clase lecciones sobre la carnada viva,00 que estaba en el barquito de pesca y como se metía en la faena cuando llegaba la zafra del atún.  Pero las copas son el demonio y las porfías, cuando el alcohol aparece, se sabe cómo se empieza y no se sabe cómo termina.... 

Uno hizo una simple pregunta... Con este barquito, se puede llegar a Venezuela?... 

-¡¡Claro!! 

¿Y cómo se llega a Venezuela?. ¿Por donde hay que ir...?¿Se tarda mucho? 

Las preguntas, le llegaban en cascada... 

-Pues hay que poner la proa... 

Uno de ellos lo picó: Tú, ni sabes llegar, ni tienes los arrestos suficientes para poner rumbo a Venezuela. 

No hubo respuesta. El silencio, se adueñó de todo. Pero el barquito cada vez más se iba alejando de la costa... 

Entonces, afloró la preocupación... ¡Coño este tío es capaz de llevarnos a Venezuela...! 

Se le imploró. ¡Coño! ¡Vamos pa´ tierra!.  

No. Ahora, vamos a Venezuela... 

Una hora larga navegando a mar abierto estuvieron con la proa enfilando a la generosa Venezuela... Al final, emprendimos el regreso... 

Maestro Gregorio, que así se llamaba el patrón del bermeano, antes de amarrar el barquito les dijo... “Ya que estamos aquí podríamos ir a la Isla de Lobos, a comernos una paella... 

Pero uno de los componentes de la pandilla, nada más pisar tierra firme largó la famosa frase de Jaime Marrero: ¡¡¡ Más nunca!!! 

ALFREDO AYALA OJEDA