domingo, 29 de diciembre de 2019

“CONCIERTO DE NAVIDAD”, UN CLÁSICO GOFIÓN.

Hace unos días, con motivo del tradicional concierto de Navidad de Los Gofiones, Televisión Canaria, me invitó a contar algunos aspectos sobre sus más de 50 años de andadura. Bullía en mi cabeza, distintos momentos vividos con esta señera agrupación, pero me apetecía contar aquel sucedido en que tradición (El canto del boyero) y modernidad (la minifalda) caminaron de la mano por el Teatro Pérez Galdós... 

Foto: Los Gofiones

Los recuerdo, en aquella ocasión, en que aunados por Totoyo Millares, se presentaron, oficialmente, en el mismísimo Teatro Pérez Galdós, ante un numeroso público deseoso de escuchar, de verdad, la autenticidad de los cantos de la tierra, casi olvidado por la teatralidad que imprimía la Sección Femenina y Coros y Danzas de España, sobre nuestro folclore. Una presentación que, valgan verdades, no era del agrado de las autoridades porque, en esos tiempos, quien se moviera al margen de lo establecido era culpable de todo, aunque no fuera sospechoso de nada.  

En aquellos momentos en que se presentaban “Los Gofiones”, una prenda, “la minifalda”, estaba de moda. La breve y “pecaminosa” faldita irrumpió con fuerza como símbolo de rebeldía y la mismísima Massiel, tuvo la osadía de lucirla en Eurovisión, cuando triunfó con el tema “La, La, La”. 

Continuaban soplando aires de libertad y la dictadura empezaba a tambalearse. Con un 68 calentito, se presentaban “Los Gofiones”, que además de su repertorio, había convidado a un personaje: Maestro Salvador “el de Abelardo”, que Paco Sánchez, componente fundador del grupo, había invitado, para que hiciera un canto del boyero. Es un canto que ejecuta el campesino en el momento que, con su yunta, prepara el terreno. Esta labor se hace cantando, a palo seco, como queriendo incorporar a los animales a la sociedad para, a la vez que se le canta, combatir la soledad:  

Como mi suegra es tan santa 
dice que yo soy el diablo 
y desde que me ve venir 
coge en las manos el rosario.  

Maestro Salvador, hizo su ensayo y cuando terminó decidió dar una vuelta, por las distintas estancias del teatro. Sus ojos, no daban crédito al ver que la breve prenda de moda, no tapaba las pantorrillas,  se preguntaba para sus adentros ¡coño! ¡Esto es una falta de respeto! ¡Todas enseñando los muslos! ¡¡esto es el fin del mundo...!! 

Murmurando, murmurando, se fue a localizar a Paco Sánchez y, sin pestañear, le dijo: ¡Paco!, ¿Dónde coño me has traído ?... ¡¡¡ Esto es una casa de p... !!!. ¡¡Sácame de aquí!! 

Paco, lo sacó fuera del teatro y poco a poco lo fue calmando. Y llegado el momento de su actuación, recreó la estampa campesina, con el “canto del boyero” que, por cierto, fue premiado con una sonora ovación... Cuando terminó, le dijo a Paco: ¡¡qué fácil es esto...!! Solo he tenido que hacer ante las cámaras, lo mismo que hago en los altos de Gáldar, con mi yunta.  

La presentación de Los Gofiones junto a Maestro Salvador, el de Abelardo, fue, en aquel 68, de muchas voces y prolongados silencios, un primer paso de una larguísima caminata, emprendida hace 50 años con el firme y único propósito de recuperar, conservar y divulgar nuestro folclore. 



Foto: Perico Lino y Alfredo Ayala

Unos años más tarde, en la única televisión que había en nuestro país, intervino Maestro Salvador en el recién creado programa “Tenderete”., junto a Valentina y una jovencita Olga Ramos, que actuaron con el acompañamiento de distintos componentes de “Los Gofiones” como Perico Lino, Paco “El Suave”, Paco Sánchez, Nano Doreste, Roberto Hernández, etc. 

Por todo ello, por su contribución a nuestro folclore, quiero levantar la copa de la gratitud, haciendo un “brindis gofión” para que, entre otros, “un tipo como Perico Lino“, nos hiciera soñar y un inspirado Manolo Melián, convirtiera en himno sentimental, el tema “Gran Canaria”.  

Gracias a Totoyo Millares por la feliz iniciativa y gracias “Gofiones” por defender y cultivar nuestro riquísimo folclore. 

ALFREDO AYALA OJEDA

martes, 24 de diciembre de 2019

¡¡CÓMO HAN CAMBIADO LOS TIEMPOS!!

Siempre, siempre, cuando se avecinan las Pascuas, Fin de año y Reyes, me viene a la memoria momentos vividos junto a mi madre. Ella, era como el coche escoba de las competiciones deportivas. Iba con poco. Bastaba que le tocaran en la puerta para franquearle la entrada y ofrecer cuanto tenía a su alcance. Mi madre, tenía su método de conducta con quienes repetidamente tocaban a la puerta o descolgaban el gancho: “yo cubro una necesidad, pero nunca costeo un vicio” 

Nosotros, los siete hermanos, tuvimos cuidadoras. No era contratadas, no. Solo eran amistades del “tropezón”, como calificaba mi madre, al encuentro casual en el momento que iba, a la iglesia del Risco de San Nicolás, a por el hilo de San Blas, protector del cuido de la garganta... En una de sus recaladas a la pequeña ermita, conoció a Rosalía y, después, la fuimos conociendo el resto de la familia. Rosalía, tenía una abundante melena “revuelta en color” que sometía al orden sujetándola con un desgastado elástico que le permitía formar una espléndida cola de caballo. Rosalía, tendría sobre los sesenta años. Era una mujer moderna para los tiempos que corrían. Vestida con un “traje saco” con un amplio bolsillo, que le servía para guardar una llamativa cajita, de polvos de rapé y un monedero. 

Cada mañana, con la fresquita y resguardada con una pañoleta, Rosalía salía de su casa, en el Risco de San Nicolás, atravesaba la calle Guerra del Río, enfilaba el Paseo de Chil y a la altura del Estadio Insular, cruzaba las arenas y se plantaba en la puerta de mi casa. Se sacudía los pies, golpeaba sus alpargatas contra el suelo, para eliminar la rubia arena y en la tiendita próxima, compraba su cuartita de vino... 

Mi madre, la esperaba con los granos del café del “paletú”, el molinillo dispuesto y la cafetera de calcetín, preparadita. Mientras hacía los preparativos , ellas pegaban la hebra. Tras tomarse el buchito de café, Rosalía agarraba la escoba y empezaba a barrer, desde la puerta de la calle, hasta el fondo de la cocina... Cuando terminaba, preparaba una tacita, le ponía unas cucharaditas de gofio y detrás un tanganazo de vino... Con cuchara de aluminio, le daba vueltas y más vueltas, hasta hacer una “rala” que, según ella, sabía a pastillitas... 

Años estuvo haciendo y deshaciendo el mismo trajín. Un día, las fuerzas la abandonaron y mi madre, cada vez que tenía un hueco, me pedía que la llevara para visitarla... 

Policarpo, el “amañao”, era otra de las visitas que frecuentaba mi casa. Policarpo era parco en el decir y extenso en el hacer. Sabía de todo; cañerías, cables, electrodomésticos, albear, albañilería. Era pequeñito y flaco, como un podenco... Nunca se quitó su viejo sobrero. Mi madre, cuando había alguna avería que requería la visita de Policarpo me decía, Alfredito, vete y avísalo y yo atravesaba aquellos arenales que separaba a mi barrio, La Alcaravaneras, con Guanarteme. 
Policarpo, desde que le pasaba el aviso, venía "eslapao". Él pasaba sus necesidades, pero en mi casa, en los momentos a los que me refiero, lujos no, pero frutas, carne y pescao salao, pues sí. 
Pegadito a la cocina, había una breve despensa. Allí colgaba un racimo de plátanos y allí, precisamente, era donde Policarpo hacía sus arreglos. Empataba unos cables y se "jincaba" un plátano... Cuando terminaba, decía: “Doña Solita, ya la plancha la probé y funciona. Se me ha quedado un cable por fuera, pero lo importante es que planche. Así que tenga cuidadito al usarla, no sea que le vaya a dar un calambrazo”... 
Policarpo, ¿cuánto es...?, decía mi madre... 
Nada Solita, no es nada... pero si me gustaría que me diera un poco de pescao salao -un cacho de cherne o una vieja seca- y unas papitas y estamos en paz. 
Mi madre le preparaba su pedido y salía de mi casa, más contento que unas pascuas. 

Otro caso era el de Solita, una mujer repetidamente golpeada por la vida. Era muy amiga de mi madre. Solita, vivía casi pegado al Estadio Insular. Allí, en una amplia casa terrera, tenía en la entrada su taller de costura. Ella, decía mi madre, “cosía para la calle”. Así con ese trabajito, haciendo arreglos de la mañana a la noche, fue sacando a sus hijos adelante... Una, terminó magisterio, el varón, montó un taller de mecánica, la mayor, quedó ayudándola en sus trabajos de Corte y Confección y la última de las hembras, terminó enfermería. 
Ella, Solita, sin más ayuda que su trabajo, fue sorteando las embestidas de la vida. Su marido, se fue a Venezuela en busca del dorado y nunca regresó. Solita era una mujer sufrida. El varón, Chano, en Ciudad Jardín, mientras caminaba por una de las estrechas aceras, un perro le ladró. Se asustó, pisó el filo de la acera y cayó a la carretera, con tanta mala fortuna que una furgoneta, le dio un tremendo golpe en la cabeza, que lo tuvo debatiendo entre la vida y la muerte... La más pequeña, ya situada y con un buen empleo, un día decidió suicidarse y consiguió su propósito. 
Mi madre y Solita, seguían frecuentándose y ayudándose. Mi madre, en ocasiones la ayudaba en los arreglos de costura o les preparaba algo de comer, mientras, Solita y su hija, se apresuraban para cumplir con los encargos. Eran como una piña. 
Recuerdo que mi madre, le hacía unos dibujos, para que adornara algunos vestidos de las niñas. 
Pero lo que más me quedó grabado, es que la casa de Solita, repetidamente golpeada con dureza, nunca faltó esa lucha por superar la adversidad. 

Hoy, cierto es que cuando se acercan estas fiestas me gusta tirar la vista atrás y recordar algunos momentos vividos con mi madre. Historias que bien darían para escribir, un buen libro. 

Los tiempos han cambiado pero mis recuerdos, no. 

ALFREDO AYALA OJEDA

jueves, 19 de diciembre de 2019

SOLSTICIO DE INVIERNO EN LA GUANCHA

Mis abuelos maternos eran de Gáldar, pero en ese tiempo de éxodo de las labores campesinas, se trasladaron a Las Palmas. Tenían su dinerillo y vivieron, digamos, espléndidamente. No en la abundancia, porque en aquellos tiempos de cachetón y tentetieso era difícil. Los chivatazos, las envidias y las persecuciones, era casi el pan nuestro de cada día. 

Mi abuela, doña Felisa Ojeda, dicharachera y cercana, siempre me contó distintas historias que desembocaba en la costa, concretamente de Bocabarranco y en la Guancha. Pero yo estaba muy “tiernito” y no tenía el bicarbonato necesario, para hacer la digestión de sus historias.... 

Andando el tiempo, con Lydia, he recorrido toda esa zona. Me contaba que ella tenía familia en la zona del Agujero y que pasaba ahí largas temporadas, de verano. Chica ella, jugaba a las “casitas”, entre las piedras y huesos del patrimonio arqueológico, de la necrópolis de la Guancha, en El Agujero, en la zona costera del municipio de Gáldar. Otros, en tertulia me comentaban que en esta valiosa zona, hacían prácticas de conducción porque era un lugar apartado y lejano a la mirada de curiosos y los molestos guardias de la época. 

Hoy, echando la vista atrás, duele que estas reliquias históricas despertaran la atención de todos a raíz de un pacifica movilización de la sociedad que concentraron en señal de protesta, a más de dos mil personas con la genérica leyenda de "Salvar La Guancha". Era momentos difíciles, los que se vivían en aquella época. Tiempos de muchos ruidos y prolongados silencios. Tiempos en que prohibir, era tanto como gobernar. Tiempos, en que Franco acababa de expirar y se esperaba un cambio social. Señalan las crónicas que 1976, cuando ente otros Antonio Rodríguez y Javier Quesada, Pepe Dámaso, Tony Gallardo, Celso Martín de Guzmán, Martín Chirino, Jane Millares, se pusieron el pantalón de brega para remediar el olvido y el despropósito de años. Merecía la pena intentarlo, porque la riqueza del yacimiento no solo estriba en la existencia de construcciones funerarias, sino también habitacionales y de culto. Han pasado más de 40 años y todavía, cuando me voy a remojar el esqueleto en las piscinas naturales del Agujero, observo que solo se ha conseguido algo más que vallar los distintos espacios y ponerles alguna leyenda. 

Creo, según me comentaron que el Cabildo y el Ayuntamiento, están en el empeño de poner en orden, este valioso patrimonio arqueológico. 

Pero, como los pobres del agua hacen caldo, me seguiré conformando con la llegada del día 21 de diciembre, (solsticio de invierno). Fecha señalada en la cultura aborigen porque es con los primeros rayos de sol, que desde la montaña de Agaldar, iluminan el túmulo real, lugar donde algunos estudiosos ubican el enterramiento de los Guanartemes. 

ALFREDO AYALA OJEDA

domingo, 15 de diciembre de 2019

LUTO EN "LA TRAÍDA DEL AGUA"

Hoy, todos cuantos amamos nuestras islas y disfrutamos de sus costumbres y tradiciones, estamos entristecidos por la pérdida de Juan Peñate, maestro de profesión y creador de la popular "Traída del Agua", de Lomo Magullo (Telde). Un festejo creado en 1.968, para engrandecer la festividad de nuestra señora la Virgen las Nieves. 

El equipo de Senderos Isleños, después de disponer de la documentación precisa acudió, a comienzos de los años 90, del pasado siglo para grabar, vivir y disfrutar del festejo... Recuerdo con gran cariño, como nos atendió don Juan Peñate, que en su declaración de intenciones, de la "Traida del Agua", nos dijo: 

"Todos sabemos que la carencia del agua, era el motivo para que los aborígenes imploraran al dios Alcorac. Y en Lomo Magullo, inspirado en ese rito, de que rociaban con leche y miel, el almogaren, pensé que podía nacer un acto nuevo, para conmemorar las bodas de plata de las fiestas. Efectivamente hay una similitud, hay una semejanza, entre "La Traída del Agua" y ese rito aborigen: La leche y miel es sustituida por el agua, el almogaren está sustituido por el templo parroquia, de Lomo Magullo. Y el griterío de los participantes, pueden tener semejanza con las rogativas mirando al cielo de los aborigen, implorando el agua..."
Con que dulzura, mientras las lavanderas blanqueaban sus ropas en la acequia, entonaron el estribillo de La Traída del Agua.... 
"En la traída del agua 
 cuando iba por la presa 
 Yo te mojé el zagalejo 
 a ver si así te refrescas"

Así que cuando el 68, un reducido grupo de voluntariosos vecinos iniciaron este festejo, solo disponían de una tinaja y quizás, más voluntad que acierto, pero andando el tiempo la Traída del Agua, ha alcanzado la mayoría de edad y hoy goza de un buen ganado prestigio dentro y fuera del Archipiélago.

Descansa en Paz amigo Juan.

ALFREDO AYALA OJEDA