domingo, 23 de febrero de 2020

AQUELLOS FELICES AÑOS SESENTA

Tiempo hubo en que las noches y los días se juntaban. Eran tiempos de juventud que nos hacía pensar, que nunca llegaríamos a ser mayores... Que éramos eternos... Tiempos que ni se olvidan, ni se recuperan.  Tiempos que, como a trasmano, quedan momentos de muchas penas y escasas alegrías. Tiempos de “jalar” del chinchorro, de fútbol playero... 

Lejanos quedan grabados en la memoria, aquellas colas de racionamiento, el pedir el “templete” en Canarias y “el sustancioso” en la península (hueso que se prestaban entre vecinos para darle algo de sustancia a la comida). Tiempos de aquella Ginebra asustá, con el rabo caliente de una cuchara de aluminio, para curar las madres o “el caldito de pichón” cuando se tenía en casa a alguien delicado de salud… Embargo, eran tiempos que pasaban volando y, de camino, poniéndonos en la auténtica realidad. 

Algunos disponíamos de algunas "perrillas" para ponernos algo de brillantina en el pelo y presumir como un niño “litre” entre la pollería... Eran momentos de improvisación... Recuerdo aquellas muchachitas de buen ver, en las “reuniones” que se celebraban en las azoteas que se fijaban el pelo con cerveza y después, cuando el calor y el sudor hacían su aparición, cualquiera se acercaba... El saborcito de aquel membrillo, que mordisqueabas y lo tirabas al mar, para que se fuera endulzando. 

Empezaba a enderezarse la clase media, llegaba la última moda “la minifalda”, tuvimos conocimiento de que el sur de la isla existía y hasta algunos tenían un Seat 600, que les permitía moverse a conveniencia. El turismo, era el milagro del momento. Se respiraban otros aires y al soco del turismo, pues siempre afloraba la posibilidad para tener algún dinerillo. Yo, por ejemplo, sabía que la moneda inglesa, era más barata que la libra en papel y me recorría los hoteles buscando las monedas que, después, en los barcos ingleses que recalaban por la isla, como tenía acceso a los buques ingleses, pues me acercaba y cambiaba mis monedas por papel y sacaba unos buenos beneficios... 

Se estudiaba lo justo y nos divertíamos a lo grande. La noche, tentadora, abría las puertas de par en par y allí aparecíamos los asiduos dispuestos a ligar con una sueca, inglesa o alemana. En esa época, estaba todo por hacer. Se era aprendiz de todo. Tu padre era carpintero, pues el hijo era ayudante para aprender el oficio... El campo empezaba a abandonarse a cambiar el arado o el sacho por la bandeja... Había trabajito, corría el dinero y los que disponíamos de esos “posibles” pues estirábamos la noche y nos íbamos de ligoteo a Las Cuevas, Pinito del Oro, Altavista, el Saxo, “El Búho”, “El Tam Tam”, o a los bailes de asalto y verbenas...  

Pero, claro,  hay imágenes que no se olvidan y que me acompañarán hasta la tumba,  como aquella ocasión que en la Playa de Las Alcaravaneras vi a Pier Angeli, a Silvana Pampanini, Eddie Constantini, Gregory Peck, y a Ava Garner en el Hotel Santa Catalina... 

Pero también había guitarreo. Una tarde, hablé con mi hermano para que cubriera mi trabajo, durante un par de días. Nos habíamos juntado unos amigos. Estábamos "enralaítos"... Con todo dispuesto llegó mi hermano y me dijo que le había salido un “compromiso” ineludible, que estaba como para “mojar pan” y que no podía dejar pasar la ocasión de saborear a semejante monumento, que la naturaleza argentina había moldeado durante tantos años. Así que me borré de un plumazo de la pandilla, me quedé en tierra y el resto de la gente arrancó con rumbo a la vecina Fuerteventura... Me contaron que llegar y arrancar para el Cotillo fue de una tacada. Allí les esperaba un viejo amigo, que al decir de todos era “un pura sangre”. De esos que no se arrugan por nada y que solía decir que todo para él, era llano. Vivir al día. Era pescador.  

Tenía un bermeano y montaron un asadero, mientras las sardina s iban cogiendo colorcito y aromatizando el ambiente, dio toda clase lecciones sobre la carnada viva,00 que estaba en el barquito de pesca y como se metía en la faena cuando llegaba la zafra del atún.  Pero las copas son el demonio y las porfías, cuando el alcohol aparece, se sabe cómo se empieza y no se sabe cómo termina.... 

Uno hizo una simple pregunta... Con este barquito, se puede llegar a Venezuela?... 

-¡¡Claro!! 

¿Y cómo se llega a Venezuela?. ¿Por donde hay que ir...?¿Se tarda mucho? 

Las preguntas, le llegaban en cascada... 

-Pues hay que poner la proa... 

Uno de ellos lo picó: Tú, ni sabes llegar, ni tienes los arrestos suficientes para poner rumbo a Venezuela. 

No hubo respuesta. El silencio, se adueñó de todo. Pero el barquito cada vez más se iba alejando de la costa... 

Entonces, afloró la preocupación... ¡Coño este tío es capaz de llevarnos a Venezuela...! 

Se le imploró. ¡Coño! ¡Vamos pa´ tierra!.  

No. Ahora, vamos a Venezuela... 

Una hora larga navegando a mar abierto estuvieron con la proa enfilando a la generosa Venezuela... Al final, emprendimos el regreso... 

Maestro Gregorio, que así se llamaba el patrón del bermeano, antes de amarrar el barquito les dijo... “Ya que estamos aquí podríamos ir a la Isla de Lobos, a comernos una paella... 

Pero uno de los componentes de la pandilla, nada más pisar tierra firme largó la famosa frase de Jaime Marrero: ¡¡¡ Más nunca!!! 

ALFREDO AYALA OJEDA

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