sábado, 4 de abril de 2020

LA VOZ DEL BUCIO

“Abuelo”, -le preguntaba el nietito a la vez que le acariciaba su huesuda mano, vestida de esa característica piel arrugada, que va dejando el paso del tiempo- “tú fuiste niño como yo lo soy ahora...” El abuelo, como queriendo entrar en su breve mundo, se enternecía al escucharlo. Su fina voz, era como un regalo para sus oídos. Eran dos mundos distintos: uno dispuesto a comerse el mundo, hablando atropelladamente con sus prisas y sus repetitivas preguntas,  mientras el abuelo, pausado, con la mirada cansada, y respiración entrecortada, veía pasar el tiempo disfrutando de cada segundo. 
Los dos estaban en casa, confinados, viviendo con incertidumbre la pandemia de COVID-19. Solo tenían contacto con la calle a las 20h, cuando juntos, con el corazón en un puño, salían para expresar con el aplauso su agradecimiento y admiración a cuantos de una manera u otra, prestaba su trabajo y su vida en ayuda de los demás... 

Después, de nuevo, la repetitiva pregunta: Pero Abuelo, dime, tú, fuiste niño como yo lo soy ahora... Sí hijo. Sí. Yo fui un niño travieso y también aplicado. Obediente y respetuoso. Hoy, te voy a hablar de una triste historia que la transmisión oral ha traído hasta nuestros días... Recuerdo que en casa, según me contaban mis padres, hubo una plaga que arruinaron los campos: “La cigarra berberisca”, llamada así porque estas enormes cigarras procedían de la Berbería. Los europeos utilizaron el tema de Berbería en los siglos pasados, para referirse a las regiones costeras de Marruecos. Fue una tremenda plaga y no había medios para combatirlas. Se cernía sobre la isla, el peor de los males: el hambre. El cigarrón berberisco, amenazaba con devorarlo todo... Los cultivos desaparecían, millones de cigarras engullían todo cuanto encontraban a su paso. Era principios de 1.811 y los medios para emprender la lucha, no existían. Se hablaba de fuego, pero las llamas se descartaron porque era el peor de los remedios... Se usaron todo cuanto hacia ruido, almireces, latas, cucharas, tambores, cajas de guerra, bucios... Todo esfuerzo fue inútil... Pero hombres y mujeres de los municipios de Guía, Gáldar y Moya, no desmayaron... Un día, en la montaña de Vergara, hicieron la promesa votiva a la Virgen de Guía y al poco, la virgen puso la mano y envió tan tremendo aguacero, que la cigarra desapareció de la isla. La virgen, cumplió y hoy, cuando han pasado más de doscientos años, se recuerda ese dramático momento acudiendo todos hasta la montaña de Vergara, para rememorar el momento y darle las gracias a la Virgen.  

El bucio, la caracola o la bocina, que de todas estas maneras se conocen, en las islas, sirvió en tiempos cercanos para prolongar la voz. A través de él, se anunciaban las fiestas, las llegadas de enemigos, las desgracias, el comienzo de la jornada... El bucio, era el móvil de la época... 

Hoy, querido nieto, estamos viviendo unos momentos delicados. El Coronavirus, se ha plantado en el mundo y hace estragos entre la población, No tenemos medios para luchar. No tenemos otra arma que el recogimiento, en nuestras casas para alejarnos del bicho... Hay hospitales, clínicas, polideportivos, preparados para atender a los contagiados... Por esos estamos en casa, recogidos, para dejar espacios libres en centros sanitarios, para facilitar la atención a los afectados. 

Pasas por la calle y no ves un alma. Las obras, paradas: los estadios, vacíos. Guardamos distancia entre iguales. Todos y cada uno, estamos en un encierro domiciliario. La ciudad está solitaria, casi muerta. Pero pese a ello, estamos unidos. Juntos, por una causa que se me antoja un fino hilito, que separa la vida de la muerte. De tu conducta, de seguir las instrucciones, depende de que el sinvivir de hoy, mañana sea olvido. Estamos unidos simbólicamente a los que se juegan la vida por nosotros, a los que abren sus centros comerciales para facilitarnos adquirir la comida; panaderías bancos, taxistas, farmacias, guardias y policías... Estamos lejos, pero cerca de superar este mal.  

Es duro el encierro voluntario. Durísimo, pero cada día nos sorprende la actitud de la gente, que convierte sus terrazas, balcones o ventanas, en escenarios para alegrarle unos minutos a los vecinos. En El hierro, en La Gomera, las chacaras, pitos y tambores a la hora convenida suenan y transmiten su aliento a la población... 


Lo mismo sucede en Santa María de Guía, como supongo que sucederá en otros muchos lugares... Por eso, cada día, a las doce en punto, me emociona escuchar la serpentina y angustiosa voz de los bucios, desde cualquier azotea del municipio de Guía, queriendo llamar a la Virgen de Guía, para que acuda en nuestro auxilio a esta cita de urgencias. 


Ahora, vivimos en Gáldar, pero la cercanía y el barranco, trae y lleva noticias y sonidos. Lydia, ayer no dudó en contestar a los bucios de Guía, desde su ventana de Gáldar. Soplaba con fuerza mientras las lágrimas resbalaban por sus mejillas. La voz del bucio, aguda, prolongada, vigorosa, se me antojaba que llamaba a las puertas del cielo, buscando que la Virgen de Guía, repitiera el milagro realizado hace más de doscientos años. 


Ya ves hijo, que yo también fui niño, como hoy lo eres tú... Y cuando tú llegues a mi edad, habrás vivido otros momentos delicados y le contarás historias a tus nietos... Y es posible que le cuentes este hecho real, para entretenerlo. Hoy intento con todas mis fuerzas, hacerte agradable este tiempo para evitar que salgas de casa, porque este virus se combate quedándonos en casa. Aquí, resistiremos. Nos ha unido la desgracia y el sonido del bucio, los aplausos, los gestos, la solidaridad, son, las armas que disponemos para luchar contra esta pandemia. 

¡NO HAY QUE BAJAR LA GUARDIA! 

¡¡¡¡¡¡ RESISTIREMOS !!!!!! 

ALFREDO AYALA OJEDA


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