jueves, 5 de marzo de 2015

EL PASTOR, UN SÍMBOLO

Hoy, igual que ayer, la sociedad no parece tener muy en cuenta al pastor y su mundo. Los pastores ya son un símbolo viviente. Su misma existencia constituye un pequeño milagro.

Ellos mantienen unas tradiciones, un carácter, una dignidad y un justo orgullo que bien pueden representar a todo un pueblo en su identidad y valores más profundos. Todavía los pastores canarios son historia viva: Son como el rescoldo de un antiguo fuego que nadie ha podido apagar nunca. Saber de ellos, escucharles, acercarnos a sus trabajos y celebraciones nos demuestran que la sombra del pastor canario sigue llena de vida.

El pueblo aborigen del Archipiélago Canario, era, esencialmente, pastor: practicaba toda una cultura ligada al aprovechamiento integral del ganado. La isla entera formaba el espacio abierto a las necesidades del pastoreo; límites que sólo dependían de la geografía y de las estaciones. La naturaleza, la lógica beneficiosa de sus leyes, y el aborigen desarrollaban su vida de acuerdo con la misma.

Caminos ancestrales marcaban el paso del ganado desde los cálidos terrenos costeros que le abrigaban en invierno, hasta las zonas cumbreras frescas y acogedoras en época del ardiente estío.

El pastor aborigen vivía en íntima relación con su naturaleza insular, y no queda constancia cierta de que hombre alguno limitase arbitrariamente sus actividades, ni mucho menos le cerrase espacios donde alimentar y guardar su ganado. El pastoreo era un bien general y como tal, socialmente apreciado y valorado.


El vuelco que para la vida aborigen supuso la conquista del Archipiélago, dio un violento giro al pastor y su mundo. El ganado era preciado botín para los nuevos dueños de las islas; los pastores aborígenes conocían palmo a palmo la tierra de sus antepasados y por ello se le confió el cuidado de sus propios rebaños, ahora propiedad por derecho de conquista, de los nuevos señores.

Y los conquistadores llegaron con sus costumbres y sus leyes, y así trasladaron a Canarias su legislación castellana sobre el pastoreo: la mesta.

La colonización de Canarias supuso el reparto de las mejores tierras y del agua en manos de los principales conquistadores y sus allegados, quedando otros terrenos menos favorables a su explotación destinado a los colonos que iban llegando al Archipiélago. La tala y la roturación del paisaje natural destinado al cultivo fue intensa y sin consideraciones. La agricultura fue el primero de los límites que se opusieron como infranqueables al antiguo pastoreo de trashumancia, quedando instaurado desde el primer momento de la conquista el universal enfrentamiento entre pastores y agricultores.

Los aborígenes, aunque sofocados en su cultura por la fuerza de los conquistadores, quedaron sin embargo ligados a la práctica ancestral del pastoreo, uniendo así su propio aislamiento a una labor que a lo largo de los siglos iba a convertirse en un fenómeno progresivamente marginal.

El pastor canario quedaba enfrentado a unos duros límites que él no podía ignorar ni modificar. Límites que se han ido estrechando en paralelo al olvido y al abandono y, sobretodo, debido a la secular incomprensión de las instituciones acerca del pastor y de su mundo.

El mundo urbano, sus servicios y oportunidades, sus relaciones humanas, incluso en muchos casos sus leyes y ordenamientos se han establecido y desarrollado tradicionalmente de espaldas a la vida del pastor.



El pastor vive otro universo de relaciones y contenidos: unos valores propios sobre los que articula las bases de su supervivencia. Y lo hace con fuerza de tradición, pues tal vez sea el único modo de sostener el orgullo y la dignidad que le caracterizan, la manera de representar el símbolo histórico y vital que todavía supone en estas islas el noble oficio de pastor.

La realidad es que la propiedad de la tierra, la agricultura, los planes de reforestación y la acción legislativa han ido limitando cada vez con mayor rigor el acceso del pastor a los recursos del territorio. Sin embargo todavía perdura una imaginación colectiva acerca del pastor y su trabajo como algo idílico, algo de "otro tiempo mejor", que siempre está ahí en un espacio indefinido, en una especie de ensimismamiento, como si el pastor no fuese un sujeto humano, social y económicamente vinculado a una inflexibles exigencias generales. Esta cortina de humo poetizado raya con frecuencia en el cinismo cuando se la compara con los hechos puros y duros de la vida pastoril en Canarias.

La trashumancia es cosa de ayer. Hoy el pastor tiende a mover lo menos posible su ganado, a mantenerlo en las inmediaciones de su afincamiento. Los cambios, además de trabajosos, trastornan la vida familiar y la economía del pastor.

Aquellas penosas idas y venidas de antaño de cumbre a costa y viceversa, según las estaciones, siempre apretado por los recortes del terreno donde poder pastar, sometido a todas las fatigas de la trashumancia, ya parecen situaciones más propias de los antiguos cabreros que de los actuales pastores de ganado lanar.

El pastor actual se preocupa por retener al ganado lo más cerca posible de su casa, y no como antes que se veía obligado a seguir su rebaño, llevándose la casa a cuestas y a toda la familia.

En realidad se sabe generalmente poco del verdadero mundo de los pastores.

¿Quién es el pastor?
¿Cómo viven él y sus gentes?
¿En qué consiste su trabajo, cómo lo realiza?

Pero el mundo cotidiano del pastor canario sólo parece rico en esfuerzos y problemas. Cuando el pastor ha de ponerse en camino para llevar su ganado hacia los pastos disponibles, carga sobre sus hombros con el sobrepeso de complejas dificultades. Hombres y animales dependen del comportamiento puntual del clima, de cómo hayan ido las lluvias ese año... del terreno por donde le permitan moverse, año tras año, de manera implacable, el territorio permitido al pastoreo se ha ido reduciendo. A la extensión de la agricultura se han unido el acotamiento y la repoblación forestal, de espaldas por lo general al fenómeno histórico del pastoreo en Canarias.

El pastor emplea todo su esfuerzo en hacer acopio de comida para su ganado. Arrienda o recibe en préstamos extensiones de terreno que debe cultivar y convertir en despensa para abastecer a sus ovejas. Amplios espacios son plantados de millo, preferentemente, que irá administrando al ganado. Esa lucha diaria a la que se enfrenta en su amplísima labor diaria, está destinada a esperar pacientemente la llegada de la nueva estación de lluvias que le evitara alejarse de su casa, con familia y ganado hasta otros lugares donde existan los pastos necesarios.

Sólo las tierras que no resultan productivas se permiten al pastor. Otras muchas se le cierran sencilla y llanamente. El pastor se convierte, le han convertido mejor dicho, en un ser casi marginal, y como tal obligado a moverse por zonas olvidadas.

La historia de la que el pastor canario es en gran medida protagonista, símbolo y representación, hoy parece ignorarse. Ya pasaron aquellos buenos tiempos en que la lana era un preciado bien económico. Los extraordinarios quesos artesanos parece como si se elaborasen por arte de encantamiento: pastor y quesera quedan ocultos por la comercialización, perdidos, borrados en el circuito de la economía urbana.

El pastor siempre queda aislado, lejos, detrás, enriscado donde apenas llega la mirada.

Si un pastor abandona y vende su ganado, dada su falta de preparación y conexión social con el mundo urbano, habrá de emplearse, si logra trabajo, en empleos no cualificados. Si por aquí camina el presente de los pastores ¿Cómo se les presenta el futuro?

Para afrontar tan duros trabajos el pastor no puede estar radicalmente solo. Precisa ayuda, una colaboración entregada y estable, firme y a toda prueba: por lo general el pastor precisa de mujer y familia.

Su economía, fundamentada en utilizar la leche de su rebaño para la elaboración del queso, no le permite contratar ayuda. Conducir, apacentar, guardar y ordeñar ya es trabajo más que suficiente para las energías de un sólo hombre. Así, tradicionalmente, es la mujer del pastor quien elabora el queso y quien por disponer de mayor tiempo desligada del rebaño, se ocupa de las no siempre fáciles relaciones entre pastor y la administración y autoridades. En esta división del trabajo pastoril, la mujer soportaba todo el peso del cuidado doméstico, la crianza de los hijos, la elaboración del queso y atenderá además, todo papeleo legal que se presente, con frecuencia único y difícil puente entre la vida del pastor y el lejano mundo urbano.


Para compartir tan pesadas tareas, el pastor busca mujer tradicionalmente en su propio y cerrado universo. A lo largo de generaciones se han ido tejiendo una firme trama de relaciones consanguíneas entre las diferentes familias adscritas desde siempre al pastoreo de la isla. A estas familias los pastores las denominan "razas", marcando así una clara diferencia entre ellos y quienes se dediquen a cualquier otra tarea que no sea el pastoreo dentro del mundo rural.

El pastor ayudado por su mujer y por sus hijos, si los tiene, forman una apretada piña productiva, indispensable para abordar el cotidiano seguir a flote contra viento y marea de los tiempos que corran. El pastor continúa como ligado a un rito, absorto por el trabajo y los sacrificios, como si estuviese bajo un severo castigo y un sacerdocio a la vez.

El entramado de las relaciones familiares que en gran medida sustenta la estructura del mundo pastoril, también se refuerza con lazos de amistad profesional y aquellos de un tácito corporativismo, basados en el respeto por una dedicación, el pastoreo, que goza en alto grado de la propia autoestima.

Existe todo un código no escrito de vivir "lo canario" a través del pastor, ya que el pastor tiene conciencia de ser el depositario de la más pura y directa tradición y, por lo tanto, un valor simbólico insustituible. Los pastores deben ayudarse. Si uno de ellos abandonase, todo el grupo se resentiría. Sin constituir formalmente ningún gremio ni corporación, los pastores canarios mantienen en cada isla una firme malla que hace todo lo posible para sostenerles ante las grandes dificultades, evitando entonces una caída que pudiese resultar definitiva.

Si un pastor sufre por cualquier causa la pérdida de su ganado, sus compañeros de oficio le harán llegar un número suficiente de hembras jóvenes y cabezas para que en un plazo razonable pueda rehacer su ganado.

Si el fuego destruye su casa o la daña; los demás pastores le ayudarán a reconstruirla o repararla.

Pero cuando los pastores se reúnen personalmente y puntualmente, para ejercer, por así decirlo, su código de ayuda mutua, es durante los periódicos y obligados trasquiles de ganado: en las típicas "pelás".

Cuando el pastor precisa trasquilar su rebaño, recibe en su casa a aquellos otros compañeros de oficio que, voluntariamente y sin más paga que la comida y bebida diaria, le prestarán toda la ayuda necesaria para acabar este trabajo. Llegado el momento, el anfitrión de hoy corresponderá de igual manera, devolviendo el favor; y si el mismo no pudiese acudir al compromiso, enviaría a hijos o allegados que le representasen y cumpliesen con igual eficacia su trabajo.

El pastor canario no puede faltar a estas ayudas: siempre corresponderá como mejor pueda cuando sea preciso.



En el enclave pastoril grancanario de Pavón, nos encontramos con una importante trasquilá. Media el mes de mayo y es el momento, antes que el calor agobie más a los lanudos animales.

Para la pelá se ha reunido a cerca de cuatrocientas ovejas. Acuden pastores de toda la isla.

Como si de una invasión de aves desconocida se tratase, el tris-tras de las tijeras sofoca el aire con su metálico “chiar”.

Las ovejas van despojándose de su traje invernal, y corren al campo, frescas y aliviadas...

Mientras los hombres se aplican a la pelá, las mujeres, se ocupan de preparar el agasajo. Lo van disponiendo todo con exactitud de relojería. Sirven al detalle, no descansan para que nada falte para cuando los hombres se acerquen a la mesa: ahí estarán ellas, atentas, sin dejarse ver apenas, casi invisibles en su eficacia...

Es momento oportuno para intercambiar noticias, para estrechar lazos familiares y de amistad. Se habla de los pastos en las diversas zonas insulares, pero también podrían tratarse asuntos relacionados con posibles matrimonios entre miembros de diferentes "razas" no siempre próximas, repartidas por toda la isla...

Estas pelás pueden relacionarse también con antiguas luchas de carneros. Los espléndidos machos, al encontrase pelados se desconocen y las peleas, próxima la primavera y época de celo, suelen producirse.

ALFREDO AYALA OJEDA


No hay comentarios:

Publicar un comentario