Hoy, igual que ayer, la sociedad no parece tener muy en
cuenta al pastor y su mundo. Los pastores ya son un símbolo viviente. Su misma
existencia constituye un pequeño milagro.
Ellos mantienen unas tradiciones, un carácter, una dignidad
y un justo orgullo que bien pueden representar a todo un pueblo en su identidad
y valores más profundos. Todavía los pastores canarios son historia viva: Son
como el rescoldo de un antiguo fuego que nadie ha podido apagar nunca. Saber de
ellos, escucharles, acercarnos a sus trabajos y celebraciones nos demuestran
que la sombra del pastor canario sigue llena de vida.
El pueblo aborigen del Archipiélago Canario, era,
esencialmente, pastor: practicaba toda una cultura ligada al aprovechamiento
integral del ganado. La isla entera formaba el espacio abierto a las
necesidades del pastoreo; límites que sólo dependían de la geografía y de las
estaciones. La naturaleza, la lógica beneficiosa de sus leyes, y el aborigen
desarrollaban su vida de acuerdo con la misma.
Caminos ancestrales marcaban el paso del ganado desde los
cálidos terrenos costeros que le abrigaban en invierno, hasta las zonas
cumbreras frescas y acogedoras en época del ardiente estío.
El pastor aborigen vivía en íntima relación con su
naturaleza insular, y no queda constancia cierta de que hombre alguno limitase
arbitrariamente sus actividades, ni mucho menos le cerrase espacios donde
alimentar y guardar su ganado. El pastoreo era un bien general y como tal,
socialmente apreciado y valorado.
El vuelco que para la vida aborigen supuso la conquista del
Archipiélago, dio un violento giro al pastor y su mundo. El ganado era preciado
botín para los nuevos dueños de las islas; los pastores aborígenes conocían
palmo a palmo la tierra de sus antepasados y por ello se le confió el cuidado
de sus propios rebaños, ahora propiedad por derecho de conquista, de los nuevos
señores.
Y los conquistadores llegaron con sus costumbres y sus
leyes, y así trasladaron a Canarias su legislación castellana sobre el pastoreo:
la mesta.
La colonización de Canarias supuso el reparto de las mejores
tierras y del agua en manos de los principales conquistadores y sus allegados,
quedando otros terrenos menos favorables a su explotación destinado a los
colonos que iban llegando al Archipiélago. La tala y la roturación del paisaje
natural destinado al cultivo fue intensa y sin consideraciones. La agricultura
fue el primero de los límites que se opusieron como infranqueables al antiguo
pastoreo de trashumancia, quedando instaurado desde el primer momento de la
conquista el universal enfrentamiento entre pastores y agricultores.
Los aborígenes, aunque sofocados en su cultura por la fuerza
de los conquistadores, quedaron sin embargo ligados a la práctica ancestral del
pastoreo, uniendo así su propio aislamiento a una labor que a lo largo de los
siglos iba a convertirse en un fenómeno progresivamente marginal.
El pastor canario quedaba enfrentado a unos duros límites
que él no podía ignorar ni modificar. Límites que se han ido estrechando en
paralelo al olvido y al abandono y, sobretodo, debido a la secular
incomprensión de las instituciones acerca del pastor y de su mundo.
El mundo urbano, sus servicios y oportunidades, sus
relaciones humanas, incluso en muchos casos sus leyes y ordenamientos se han
establecido y desarrollado tradicionalmente de espaldas a la vida del pastor.
El pastor vive otro universo de relaciones y contenidos:
unos valores propios sobre los que articula las bases de su supervivencia. Y lo
hace con fuerza de tradición, pues tal vez sea el único modo de sostener el
orgullo y la dignidad que le caracterizan, la manera de representar el símbolo
histórico y vital que todavía supone en estas islas el noble oficio de pastor.
La realidad es que la propiedad de la tierra, la
agricultura, los planes de reforestación y la acción legislativa han ido
limitando cada vez con mayor rigor el acceso del pastor a los recursos del
territorio. Sin embargo todavía perdura una imaginación colectiva acerca del
pastor y su trabajo como algo idílico, algo de "otro tiempo mejor",
que siempre está ahí en un espacio indefinido, en una especie de
ensimismamiento, como si el pastor no fuese un sujeto humano, social y
económicamente vinculado a una inflexibles exigencias generales. Esta cortina
de humo poetizado raya con frecuencia en el cinismo cuando se la compara con
los hechos puros y duros de la vida pastoril en Canarias.
La trashumancia es cosa de ayer. Hoy el pastor tiende a
mover lo menos posible su ganado, a mantenerlo en las inmediaciones de su
afincamiento. Los cambios, además de trabajosos, trastornan la vida familiar y
la economía del pastor.
Aquellas penosas idas y venidas de antaño de cumbre a costa
y viceversa, según las estaciones, siempre apretado por los recortes del terreno
donde poder pastar, sometido a todas las fatigas de la trashumancia, ya parecen
situaciones más propias de los antiguos cabreros que de los actuales pastores
de ganado lanar.
El pastor actual se preocupa por retener al ganado lo más
cerca posible de su casa, y no como antes que se veía obligado a seguir su
rebaño, llevándose la casa a cuestas y a toda la familia.
En realidad se sabe generalmente poco del verdadero mundo de
los pastores.
¿Quién es el pastor?
¿Cómo viven él y sus gentes?
¿En qué consiste su trabajo, cómo lo realiza?
Pero el mundo cotidiano del pastor canario sólo parece rico
en esfuerzos y problemas. Cuando el pastor ha de ponerse en camino para llevar
su ganado hacia los pastos disponibles, carga sobre sus hombros con el
sobrepeso de complejas dificultades. Hombres y animales dependen del
comportamiento puntual del clima, de cómo hayan ido las lluvias ese año... del
terreno por donde le permitan moverse, año tras año, de manera implacable, el
territorio permitido al pastoreo se ha ido reduciendo. A la extensión de la
agricultura se han unido el acotamiento y la repoblación forestal, de espaldas
por lo general al fenómeno histórico del pastoreo en Canarias.
El pastor emplea todo su esfuerzo en hacer acopio de comida
para su ganado. Arrienda o recibe en préstamos extensiones de terreno que debe
cultivar y convertir en despensa para abastecer a sus ovejas. Amplios espacios
son plantados de millo, preferentemente, que irá administrando al ganado. Esa
lucha diaria a la que se enfrenta en su amplísima labor diaria, está destinada
a esperar pacientemente la llegada de la nueva estación de lluvias que le
evitara alejarse de su casa, con familia y ganado hasta otros lugares donde
existan los pastos necesarios.
Sólo las tierras que no resultan productivas se permiten al
pastor. Otras muchas se le cierran sencilla y llanamente. El pastor se
convierte, le han convertido mejor dicho, en un ser casi marginal, y como tal
obligado a moverse por zonas olvidadas.
La historia de la que el pastor canario es en gran medida
protagonista, símbolo y representación, hoy parece ignorarse. Ya pasaron
aquellos buenos tiempos en que la lana era un preciado bien económico. Los
extraordinarios quesos artesanos parece como si se elaborasen por arte de encantamiento:
pastor y quesera quedan ocultos por la comercialización, perdidos, borrados en
el circuito de la economía urbana.
El pastor siempre queda aislado, lejos, detrás, enriscado
donde apenas llega la mirada.
Si un pastor abandona y vende su ganado, dada su falta de
preparación y conexión social con el mundo urbano, habrá de emplearse, si logra
trabajo, en empleos no cualificados. Si por aquí camina el presente de los
pastores ¿Cómo se les presenta el futuro?
Para afrontar tan duros trabajos el pastor no puede estar
radicalmente solo. Precisa ayuda, una colaboración entregada y estable, firme y
a toda prueba: por lo general el pastor precisa de mujer y familia.
Su economía, fundamentada en utilizar la leche de su rebaño
para la elaboración del queso, no le permite contratar ayuda. Conducir,
apacentar, guardar y ordeñar ya es trabajo más que suficiente para las energías
de un sólo hombre. Así, tradicionalmente, es la mujer del pastor quien elabora
el queso y quien por disponer de mayor tiempo desligada del rebaño, se ocupa de
las no siempre fáciles relaciones entre pastor y la administración y
autoridades. En esta división del trabajo pastoril, la mujer soportaba todo el
peso del cuidado doméstico, la crianza de los hijos, la elaboración del queso y
atenderá además, todo papeleo legal que se presente, con frecuencia único y
difícil puente entre la vida del pastor y el lejano mundo urbano.
Para compartir tan pesadas tareas, el pastor busca mujer
tradicionalmente en su propio y cerrado universo. A lo largo de generaciones se
han ido tejiendo una firme trama de relaciones consanguíneas entre las
diferentes familias adscritas desde siempre al pastoreo de la isla. A estas
familias los pastores las denominan "razas", marcando así una clara
diferencia entre ellos y quienes se dediquen a cualquier otra tarea que no sea
el pastoreo dentro del mundo rural.
El pastor ayudado por su mujer y por sus hijos, si los
tiene, forman una apretada piña productiva, indispensable para abordar el
cotidiano seguir a flote contra viento y marea de los tiempos que corran. El
pastor continúa como ligado a un rito, absorto por el trabajo y los
sacrificios, como si estuviese bajo un severo castigo y un sacerdocio a la vez.
El entramado de las relaciones familiares que en gran medida
sustenta la estructura del mundo pastoril, también se refuerza con lazos de
amistad profesional y aquellos de un tácito corporativismo, basados en el
respeto por una dedicación, el pastoreo, que goza en alto grado de la propia
autoestima.
Existe todo un código no escrito de vivir "lo
canario" a través del pastor, ya que el pastor tiene conciencia de ser el
depositario de la más pura y directa tradición y, por lo tanto, un valor
simbólico insustituible. Los pastores deben ayudarse. Si uno de ellos abandonase,
todo el grupo se resentiría. Sin constituir formalmente ningún gremio ni
corporación, los pastores canarios mantienen en cada isla una firme malla que
hace todo lo posible para sostenerles ante las grandes dificultades, evitando
entonces una caída que pudiese resultar definitiva.
Si un pastor sufre por cualquier causa la pérdida de su
ganado, sus compañeros de oficio le harán llegar un número suficiente de
hembras jóvenes y cabezas para que en un plazo razonable pueda rehacer su
ganado.
Si el fuego destruye su casa o la daña; los demás pastores
le ayudarán a reconstruirla o repararla.
Pero cuando los pastores se reúnen personalmente y
puntualmente, para ejercer, por así decirlo, su código de ayuda mutua, es
durante los periódicos y obligados trasquiles de ganado: en las típicas
"pelás".
Cuando el pastor precisa trasquilar su rebaño, recibe en su
casa a aquellos otros compañeros de oficio que, voluntariamente y sin más paga
que la comida y bebida diaria, le prestarán toda la ayuda necesaria para acabar
este trabajo. Llegado el momento, el anfitrión de hoy corresponderá de igual
manera, devolviendo el favor; y si el mismo no pudiese acudir al compromiso,
enviaría a hijos o allegados que le representasen y cumpliesen con igual
eficacia su trabajo.
El pastor canario no puede faltar a estas ayudas: siempre
corresponderá como mejor pueda cuando sea preciso.
En el enclave pastoril grancanario de Pavón, nos encontramos
con una importante trasquilá. Media el mes de mayo y es el momento, antes que
el calor agobie más a los lanudos animales.
Para la pelá se ha reunido a cerca de cuatrocientas ovejas.
Acuden pastores de toda la isla.
Como si de una invasión de aves desconocida se tratase, el
tris-tras de las tijeras sofoca el aire con su metálico “chiar”.
Las ovejas van despojándose de su traje invernal, y corren
al campo, frescas y aliviadas...
Mientras los hombres se aplican a la pelá, las mujeres, se
ocupan de preparar el agasajo. Lo van disponiendo todo con exactitud de
relojería. Sirven al detalle, no descansan para que nada falte para cuando los
hombres se acerquen a la mesa: ahí estarán ellas, atentas, sin dejarse ver
apenas, casi invisibles en su eficacia...
Es momento oportuno para intercambiar noticias, para
estrechar lazos familiares y de amistad. Se habla de los pastos en las diversas
zonas insulares, pero también podrían tratarse asuntos relacionados con
posibles matrimonios entre miembros de diferentes "razas" no siempre
próximas, repartidas por toda la isla...
Estas pelás pueden relacionarse también con antiguas luchas
de carneros. Los espléndidos machos, al encontrase pelados se desconocen y las
peleas, próxima la primavera y época de celo, suelen producirse.
ALFREDO AYALA OJEDA
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