miércoles, 10 de diciembre de 2014

DE CUANDO UN HOMBRE Y UN GAVIOTO SE JURARON AMOR ETERNO…

A la memoria de Benito Padrón


Todavía quedan hombres con tanta riqueza de amistad, tan abiertos y generosos para todo cuanto les llega, que las tradiciones y los conocimientos de la tierra se recogen en ellos con la naturalidad de quien vive en su casa. Y nada hay en sus vidas de guardianes celosos ni de museo antiguo. Ellos son como árboles frondosos que brindan acogida, vida y reposo a cuanto allí se acerca.

Benito Padrón, ya desaparecido, era uno de esos hombres entregado a representar a la isla de El Hierro y sus esencias…Por eso, cuando regresaba el emigrante a la casa de Benito, retomaba los aires de la isla; si se avecinan las fiestas, la casa de Benito se transformaba en la trastienda del festejo. La casa de Benito, fue la caja de resonancia de la isla del Hierro. Visitar a Benito era una visita obligada y deseada. El visitante, era acogido con tanto cariño como cortesía. Cuantos a casa de Benito llegaban nunca se iban del todo: regresan cuando pueden y si no regresan con el corazón, con el grato recuerdo. Y no sólo los hombres: que se lo digan a la gaviota herida que una mañana recogió Benito, curó y dio cobijo hasta que el ave pudo remontar su vuelo…

La casa de Benito, la frecuentaba cada vez que pisaba la isla. Conocí a Benito, al poco de inaugurarse el actual aeropuerto, en el año 1.975. Llegaba a la isla para hacer un programa de televisión española “El pueblo Canta”. Era, por aquel entonces, un municipio disperso, sin asfalto, que contaba con una pensión de baño compartido y lo que hoy es, el Hotel más pequeño del mundo, estaba en ruinas. Flotaba en el ambiente el olor a pueblo; se respiraba quietud y las notas tiernas del arrorró de Valentina, la de Sabinosa, parecía acompañarme.


Benito, siempre dispuesto a agasajar a los amigos, calmó mi sed con un excelente vino de pata, que saboreamos a la sombra de una parra que cubría el patio de su casa. Hablamos durante largo tiempo ajenos al sometimiento de las agujas del reloj. Benito, tenía voz clara y dicción perfecta. Me contó historias increíbles sobre la crueldad de los “margareos”, que no es otra cosa que censurar a voz en grito y al oscuro de la noche, conductas indecorosas… sobre aquélla vez que, quitándose la chaqueta, salió al improvisado terrero don Ramón Méndez, con muchos años a su espalda, a vengar la derrota de un pariente; sobre la reciente creación del grupo folclórico Tejeguate”; sobre “ajijides”, cantos de trabajo, el poblado de Guinea los Juaclos, las mudanzas, los carneros de Tigaday y, sobre todo la devoción a nuestra señora: la Virgen de los Reyes.

Benito Padrón, hizo la emigración al revés que otros herreños. Él, se quedó en su tierra, compartiendo su larga vida con su compañera Oroncia… Benito, era la caja de resonancia del Hierro; el arcón de la memoria donde se guarda y resume la penas y alegrías del pueblo. Su casa, fue para mí, la escuela donde aprendí mucho de los conocimientos que tengo de esta isla mágica. Por eso, cada vez que me desplazaba a la isla tenía una visita ineludible con el amigo Benito, al que encontraba unas veces cogiendo higos o alrededor de un viejo alambique; dando la ración a las cabras o recogiendo los huevos de un bando de gallinas de la tierra…

Una vez, iniciada la última década del siglo pasado, llegué a su casa. Estaba sólo. Preparaba unas tortillas a la vez que sancochaba unos huevos.

-¡Coño Benito, ahora también cocinero!
-No. Estoy preparándole el desayuno a “piloto”.
Me picó el gusanillo de la curiosidad: ¿piloto? ¿Quién es piloto?.
-“Piloto” es un amigo al que estoy esperando que regrese de alta mar… Que, cuando termina su faena anual, en no sé qué parte del mundo, regresa para visitarme. Ayer llegó. Hoy, salió a revolotear por los alrededores, vendrá a desayunar.

-Y dicho y hecho “piloto”, se posó sobre la azotea de la casa y emitía sonidos para avisar su presencia. Tenía las alas levantadas y transmitía la alegría lógica, de quien llega a lugar seguro y se le brinda cariño y amistad. Piloto, se paseaba una y otra vez por los muros de la casa. Mi presencia, lo alteraba. Me escondí. Benito, le sacó la comida y “Piloto” la devoró con prontitud ante la atenta mirada, de su amigo Benito. Gavioto se enseñoreó paseando por los alrededores, pavoneándose con aires de mariscal de campo. Benito, seguía en su faena diaria atendiendo al resto de los animales: cuervo, gallinas, cabras y Piloto, caminando al pie, le siguió como un perrito faldero…
-salí de mi escondite y la gaviota levantó su vuelo, hasta el quita miedo de la azotea, manteniendo una distancia prudencial…
-la verdad amigo Benito, que en esta casa, uno no gana para sorpresas…

Y me contó la historia:
- A“Piloto” me lo encontré un día, tenía una patita dañada. Me acerqué y lo traje a casa. Varios días lo estuve curando, dándole comida y cariño. Durante la convalecencia, estuvimos muy ligados. En silencio, habíamos hecho un trato: yo te mimo y tú, me das compañía. Cuando se restableció estuvo por los alrededores haciendo ejercicios. Un buen día, sintió la llamada del mar y sin avisar, partió rumbo a un desconocido lugar… al cabo de un largo tiempo, “Piloto” regresó. Tremenda alegría me dio. Le preparé sus tortillas –a él le gusta mucho la tortilla- y durante su estancia disfruta de pensión completa…

Al cabo del tiempo volví al Hierro. Coincidí con “gaviota” y otras dos gaviotas más jóvenes.
-“Benito”…, ¡le creció la familia!
- Es “Piloto” que vino a presentarme a sus hijos. Ellos, no se acercan, desconfían; pero “Gavioto”, sigue tan afectuoso y cercano como siempre…

Esta entrañable historia entre un hombre y un pájaro tiene la extrema sencillez de la ternura, pero conociendo a Benito Padrón lo raro es, que no hubiera sucedido.


Esta historia, tan real como la vida misma, la reflejé en imágenes en uno de los 63 capítulos, de la serie más galardonada de Televisión Española en Canarias: “Senderos Isleños”.

ALFREDO AYALA OJEDA

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