A la memoria de Benito Padrón
Todavía quedan hombres con tanta riqueza de amistad, tan
abiertos y generosos para todo cuanto les llega, que las tradiciones y los
conocimientos de la tierra se recogen en ellos con la naturalidad de quien vive
en su casa. Y nada hay en sus vidas de guardianes celosos ni de museo antiguo.
Ellos son como árboles frondosos que brindan acogida, vida y reposo a cuanto
allí se acerca.
Benito Padrón, ya desaparecido, era uno de esos hombres
entregado a representar a la isla de El Hierro y sus esencias…Por eso, cuando
regresaba el emigrante a la casa de Benito, retomaba los aires de la isla; si
se avecinan las fiestas, la casa de Benito se transformaba en la trastienda del
festejo. La casa de Benito, fue la caja de resonancia de la isla del Hierro.
Visitar a Benito era una visita obligada y deseada. El visitante, era acogido
con tanto cariño como cortesía. Cuantos a casa de Benito llegaban nunca se iban
del todo: regresan cuando pueden y si no regresan con el corazón, con el grato
recuerdo. Y no sólo los hombres: que se lo digan a la gaviota herida que una
mañana recogió Benito, curó y dio cobijo hasta que el ave pudo remontar su
vuelo…
La casa de Benito, la frecuentaba cada vez que pisaba la
isla. Conocí a Benito, al poco de inaugurarse el actual aeropuerto, en el año
1.975. Llegaba a la isla para hacer un programa de televisión española “El
pueblo Canta”. Era, por aquel entonces, un municipio disperso, sin asfalto, que
contaba con una pensión de baño compartido y lo que hoy es, el Hotel más
pequeño del mundo, estaba en ruinas. Flotaba en el ambiente el olor a pueblo;
se respiraba quietud y las notas tiernas del arrorró de Valentina, la de
Sabinosa, parecía acompañarme.
Benito, siempre dispuesto a agasajar a los amigos, calmó mi
sed con un excelente vino de pata, que saboreamos a la sombra de una parra que
cubría el patio de su casa. Hablamos durante largo tiempo ajenos al
sometimiento de las agujas del reloj. Benito, tenía voz clara y dicción
perfecta. Me contó historias increíbles sobre la crueldad de los “margareos”,
que no es otra cosa que censurar a voz en grito y al oscuro de la noche,
conductas indecorosas… sobre aquélla vez que, quitándose la chaqueta, salió al
improvisado terrero don Ramón Méndez, con muchos años a su espalda, a vengar la
derrota de un pariente; sobre la reciente creación del grupo folclórico
Tejeguate”; sobre “ajijides”, cantos de trabajo, el poblado de Guinea los Juaclos, las mudanzas, los carneros de Tigaday y, sobre todo la devoción a
nuestra señora: la Virgen de los Reyes.
Benito Padrón, hizo la emigración al revés que otros
herreños. Él, se quedó en su tierra, compartiendo su larga vida con su
compañera Oroncia… Benito, era la caja de resonancia del Hierro; el arcón de la
memoria donde se guarda y resume la penas y alegrías del pueblo. Su casa, fue
para mí, la escuela donde aprendí mucho de los conocimientos que tengo de esta
isla mágica. Por eso, cada vez que me desplazaba a la isla tenía una visita
ineludible con el amigo Benito, al que encontraba unas veces cogiendo higos o
alrededor de un viejo alambique; dando la ración a las cabras o recogiendo los
huevos de un bando de gallinas de la tierra…
Una vez, iniciada la última década del siglo pasado, llegué
a su casa. Estaba sólo. Preparaba unas tortillas a la vez que sancochaba unos
huevos.
-¡Coño Benito, ahora también cocinero!
-No. Estoy preparándole el desayuno a “piloto”.
Me picó el gusanillo de la curiosidad: ¿piloto? ¿Quién es piloto?.
-“Piloto” es un amigo al que estoy esperando que regrese de
alta mar… Que, cuando termina su faena anual, en no sé qué parte del mundo,
regresa para visitarme. Ayer llegó. Hoy, salió a revolotear por los
alrededores, vendrá a desayunar.
-Y dicho y hecho “piloto”, se posó sobre la azotea de la
casa y emitía sonidos para avisar su presencia. Tenía las alas levantadas y
transmitía la alegría lógica, de quien llega a lugar seguro y se le brinda
cariño y amistad. Piloto, se paseaba una y otra vez por los muros de la casa.
Mi presencia, lo alteraba. Me escondí. Benito, le sacó la comida y “Piloto” la
devoró con prontitud ante la atenta mirada, de su amigo Benito. Gavioto se
enseñoreó paseando por los alrededores, pavoneándose con aires de mariscal de
campo. Benito, seguía en su faena diaria atendiendo al resto de los animales:
cuervo, gallinas, cabras y Piloto, caminando al pie, le siguió como un perrito
faldero…
-salí de mi escondite y la gaviota levantó su vuelo, hasta el quita miedo de la azotea,
manteniendo una distancia prudencial…
-la verdad amigo Benito, que en esta casa, uno no gana para
sorpresas…
Y me contó la historia:
- A“Piloto” me lo encontré un día, tenía una patita
dañada. Me acerqué y lo traje a casa. Varios días lo estuve curando, dándole
comida y cariño. Durante la convalecencia, estuvimos muy ligados. En silencio,
habíamos hecho un trato: yo te mimo y tú, me das compañía. Cuando se
restableció estuvo por los alrededores haciendo ejercicios. Un buen día, sintió
la llamada del mar y sin avisar, partió rumbo a un desconocido lugar… al cabo
de un largo tiempo, “Piloto” regresó. Tremenda alegría me dio. Le preparé sus
tortillas –a él le gusta mucho la tortilla- y durante su estancia disfruta de
pensión completa…
Al cabo del tiempo volví al Hierro. Coincidí con “gaviota” y
otras dos gaviotas más jóvenes.
-“Benito”…, ¡le creció la familia!
- Es “Piloto” que vino a presentarme a sus hijos. Ellos, no
se acercan, desconfían; pero “Gavioto”, sigue tan afectuoso y cercano como
siempre…
Esta entrañable historia entre un hombre y un pájaro tiene
la extrema sencillez de la ternura, pero conociendo a Benito Padrón lo raro es,
que no hubiera sucedido.
Esta historia, tan real como la vida misma, la reflejé en
imágenes en uno de los 63 capítulos, de la serie más galardonada de Televisión
Española en Canarias: “Senderos Isleños”.
ALFREDO AYALA OJEDA
No hay comentarios:
Publicar un comentario