Mientras en las zonas del sur de las islas, la piqueta del progreso, entró con saña borrando de un “majo y limpio”, costumbres y tradiciones, en el norte, muchas se han mantenido intactas. Es la superposición de culturas. Por poner un ejemplo sencillo y entendible, podemos decir que los perfiles de las islas, las orillas, estaba destinadas a las salinas. Para cultivar sal solo hace falta sol y mar, lo mismito que necesita un turista que aterido de frío de esos países nórdicos, llegan a las islas para calentar sus huesos. Por eso, en el sur, casi desapareció nuestro especial modo de ser y en el norte, claro, se continúan conservando.
Ejemplo lo tenemos casi al pie del viejo Teide, cuando los lagares han quedado inactivos y el vino, en el interior de las bodegas da los últimos rugidos y se avecina el momento de hacer las pruebas de los primeros caldos.
El viejo Teide es el primero en recibirlos y su aguda cima se cubre de una espesa capa de nieve; mientras, al calor de las bodegas de todo el Norte de Tenerife, los vinos van tomando cuerpo en viejos toneles de roble que confirmaran su buena crianza. Y así, aparecen ya a finales de noviembre, en veloz y peligroso descenso los primeros chicos cabalgando viejas tablas de tea, por los empinados caminos de El Amparo, en el municipio de Icod de los Vinos.
Estos juveniles trajines de subir y bajar las tablas son la primera señal de la proximidad de las fiestas de San Andrés. Estamos ya a finales de noviembre fecha en la que tradicionalmente se prueban los jóvenes caldos de una de las mejores zonas vinícolas de Tenerife. Guitarras y timplillos, papas bonitas o negras, pescado salado o conejo, se disponen para vivir el momento.
Reina, un creciente ambiente en las vísperas de San Andrés. En Icod de los Vinos, La Guancha, San Juan de la Rambla, los Realejos, La Orotava y Puerto de la Cruz, es todo un amplísimo triángulo en el que se respira y se vive la proximidad de las fiestas. Y no es para menos, porque en verdad que van siendo contadas, y con los dedos de la mano, las fiestas populares que por auténticas, no precisan expertos en marketing ni elevados presupuestos económicos ni tampoco influyentes padrinos que las organicen. Lo original, aquello nacido del ser y del sentir popular que se genera sano y nace para una larga vida, rebosante de vigor y de alegría no hay quien, sea capaz de pararlo o de manipularlo. Es la fiesta del pueblo y poco o nada tienen que ver las arcas municipales. Son fiestas que nacen del pueblo, que las sostiene el pueblo, que las disfruta el pueblo…
Nos estamos refiriendo a las fiestas de Las Tablas y la de correr el Cacharro que son auténticas celebraciones populares, espontáneas y directas, en torno a buena y abundante comida, donde mandan el pescado salado, las papas, los frutos secos y las típicas castañas asadas, todo ello bien regado con el excelente vino de la zona.
En la noche de la víspera de San Andrés, en todas las bodegas de la zona norte de Tenerife, reina un alegre e inusual bullicio, y es que en esta noche se catan los vinos nuevos, se dan a probar a amigos y expertos que confirmen la bonanza de su calidad y origen, gentes avezadas en estos menesteres que año tras año, participan en estas autenticas fiestas entre el perfume del buen vino. Buen vino nuevo que es un viejo y leal amigo siempre igual y un poco mejor que la última vez que lo probamos. Y al final, lo propio es seguir con una música de esas que como este vino, entran solas; música de la tierra de esas que siempre nos suenan un poquito mejor.
Precisamente, en este ambiente desenfadado y divertido, fue donde me inspiré para darle forma a uno de los programas emblemáticos de la parrilla de programación de televisión canaria: “La Bodega de Julián”, que en estos días no está viviendo precisamente su mejor momento debido a “un quítame allá esas pajas” de quienes están en la obligación de velar por nuestra etnografía, folclore, costumbres y tradiciones.
Mientras las bodegas de los amigos continúan abiertas y siguen endulzando el paladar de los que todavía se encuentran con fuerzas, en el Puerto de la Cruz, los ventorrillos, comienzan a ofrecer a nativos y visitantes la generosidad del plato típico confeccionado para la noche de hoy, pescado salado, sardinas, a ser posible cherne, acompañado de batata y plátano guisado regado con buen mojo de la tierra y junto a todo ello , como no, castañas asadas que ponen la nota de color a un plato que desde hace muchísimos años los habitantes de la villa y puerto han tenido como propio.
Pero los verdaderos protagonistas, son los causantes de la algarabía que origina el arrastre de cacharros, por las calles de toda la zona antigua del Puerto de la Cruz.
La voz popular propone diversas razones para el hecho de correr el cacharro. Una de ellas, con bastante desparpajo y gracia, sugiere una parodia donde San Andrés que era cojo, llegó tomado y cargado de cacharros... hubo que despertarlo de su sueño y para ello se organizó un ruido infernal. No falta quien relacione las fiestas con el martirio del buen San Andrés que fue crucificado y arrastrado. Pero tampoco escasean aquellos que ven el diablo hasta en la cocina y atribuyen este estruendo a un conjuro ruidoso que espanta todo tipo de males.
Otra de las versiones que se barajan es la del traslado de los barriles que los cosecheros de vino de las zonas altas bajaban hasta el mar para lavar. El empedrado de las pinas calles propiciaba el estruendo que ahora se trata de remedar con el correr de los cacharros.
Son estas unas fiestas tan arraigadas en el pueblo que nadie ha podido prohibirlas. Conocido es el caso de que aquella señora que, ataba latas y cacharros a una larguísima cuerda y los hacía sonar a distancia. Así, cuando llegaba la autoridad la señora soltaba la cuerda y... a saber quién era el causante del ruido.
Correr las tablas es quizás una de las manifestaciones más autóctonas surgida de las costumbres y tradiciones con mayor arraigo entre la gente de Icod de los Vinos.
Esta tradición nació y se desarrolló con ocasión de un trabajo cotidiano, como fue el traslado de madera desde un aserradero instalado en el cercano monte hasta las incipientes industrias del Icod del siglo XVI. Tomó carácter festivo como tal durante el siglo XVII al desaparecer la industria maderera y permanecer en la costumbre popular el hecho de arrastrarse sobre una tabla por las pronunciadas pendientes de la villa. Según recogí, distintas conversaciones con eruditos de la zona, la costumbre cobró mayor auge a finales del siglo XVII con el nuevo empedrado de las calles que permitió un más rápido deslizamiento de las tablas.
Las Tablas cuentan, entre jóvenes y no tan jóvenes, con un poder de convocatoria impresionante y es que este tema exige palabras mayores.
No cabe duda que las tablas entrañan serios riesgos, aunque no se sepa que haya sucedido nunca algo irreparable. Se cuenta, incluso que una familia francesa, le debe la vida a este festejo. La familia, tenía pasaje para embarcar en uno de los Jumbos que tuvieron aquel terrible accidente en los Rodeo. Por lo visto, un componente de la familia se subió a una de las tablas. Iba en bañador y uno de los testículos se lo trabo en la fricción de la tabla en su alocada carrera. De urgencia la familia acudió en pleno al hospital y no subieron al avión, lo que le valió para salvar la vida.
Hay voces autorizadas en el estudio de las tradiciones populares que no han dudado en situar a Las Tablas junto a los festejos de mayor peligro en todo el ámbito hispano, incluyendo los famosos la verbena del Diablo, en Tijarafe, San Fermín, de Pamplona y la Rapa das Bestas en Galicia. Posiblemente no exageran, pero el espíritu de este "correr las tablas" es tan espontáneo y alegre, tan participativo y ligado a la tradición popular, que a mayor riesgo, ante un piso más pendiente y resbaladizo, mayor es la atracción que ejerce sobre el personal que las corre.
Tal es la adicción que produce el primer lanzamiento, que se repite sin cesar, y es precisamente el riesgo lo que más atrae a los participantes. Si bien cada uno tiene su técnica o su modo de correrla, ya sea por tradición o improvisada, no siempre depende del que se arrastra hacer una buena carrera.
La espectacularidad de este "correr las tablas" es muy grande dada la sencillez de los medios que se emplean: los hay que se deslizan sobre viejas tablas de tea, algunas heredadas de padres a hijos; pero también hay quien prefiere, o dispone de una humilde caja de plástico para refrescos...
Verles deslizarse, a toda velocidad, sobre sus tablas arrancando chispas al piso, sin otro instrumento ni ayuda que sus manos, ni otro freno que el montón de gomas que les aguarda al final del trayecto, todo en un ambiente lleno de buen humor, es un espectáculo fuera de lo común.
Cuanto más entrábamos en este "correr las tablas", mas cierto nos parecía aquello de que el peligro y el riesgo atraen.
Al igual que el Puerto de la Cruz, en la fiesta de correr el cacharro, en Icod, el correr las tablas es la parte lúdica de la fiesta de San Andrés y lo mismo que allí, se prueban también los vinos y se comen castañas, mientras, de fondo, se oyen los ruidos de los tremendos impactos de las tablas al chocar contra los neuma ticos protectores.
Durante toda la noche, siguen produciéndose lanzamientos, cada vez mas espaciados, debido al cansancio, los golpes y la poca ayuda que prestan a estos arriesgados ejercicios las constantes paradas para catar los buenos vinos del lugar. Con el nuevo día gentes nuevas, más jóvenes y ágiles si cabe, toman el relevo y durante todo el día de la fiesta de San Andrés, que por cierto, en Icod no existe ni imagen ni se celebra tal festividad, se suceden los deslizamientos las caídas, las contusiones y las salidas de ambulancia. Esta edición, concluyó felizmente; hubo, eso parece de rigor, algún que otro percance que atendió al instante la Cruz Roja y que, por suerte se arregló con un yeso y unos buenos masajes.
Estas fiestas, que se viven con intensidad cada año reciben numerosos visitantes.
ALFREDO AYALA OJEDA
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