Hoy, el tren del tiempo nos devora. A veces, pasamos cerca de amigos o enemigos y el móvil nos sirve de muletilla, escudo o engaño, para evitar el saludo. Las prisas, nos roba la mirada. Vivimos esclavos del reloj y la conversa amena y reposada, casi no existe. Nos ufanamos al decir: vivo en un bloque y no conozco a ningún vecino; sólo los veo, -cuando asisto- en las reuniones de la comunidad de vecinos o en los entierros… ¡Qué tristeza!
Contrasta este hoy, con el ayer cercano. Ese ayer que en mi casa terrera de las Alcaravaneras, en la capital Gran Canaria, mi madre, desde que se levantaba, ponía el “gancho” en la puerta para que se acercaran los vecinos y “darle la mañana”, con su “buchito de café”. En el barrio, todos nos conocíamos. Nos necesitábamos los unos a los otros. Éramos como un racimo de uvas: todos unidos y a la vez distintos…Eran épocas de post-guerra en que todos hacíamos piña para hacer mas llevadera la carencia de artículos de primera necesidad. Incluso, recuerdo el “templete”, ese hueso de vaca que pendía del techo de la cocina tras darle el gustito al “potajito” del día. El templete, se paseaba de casa en casa; se prestaba a los vecinos para que hicieran lo propio. Idéntico caso ocurría con la “virgen viajera”, esa imagen depositaria de la fe de los vecinos, que se recogía en la parroquia del barrio y dormía en cada hogar una o varias noches para ofrecerle promesas o rezarle oraciones y depositar en su “alcancía” alguna perrilla. A la mañana siguiente, los más pequeños de la familia, llevaba la “virgen viajera” a otra casa para continuar la cadena.
Hace algún tiempo, con motivo de uno de los capítulos que realicé para la serie de Televisión Canaria “Andar Canarias”, me desplacé a la isla de El Hierro. Acudía para grabar las “Fiestas de las Cruces”, en el mes de mayo. Me sentía atraído por estas cruces del Pinar que rivalizaban –una era de las Casas y otra de Taibique- expuestas en la plaza pública para que cada uno, en juicio público, alabara el contenido artístico de cada una. Con anterioridad a tan señalada festividad, tomamos imágenes de situación en el nuevo municipio del Pinar. De pronto, una señora, de avanzada edad y negra vestimenta, cogía algunas flores silvestres en las inmediaciones de su modesta vivienda. Recogía, meticulosamente, una a una buscando las más bellas. Me acerqué, porque me picó el bichito de la curiosidad:
Tras el saludo, la pregunta:
¿Qué esta haciendo señora?
-Recojo algunas flores para adornar las cruces de los vecinos. ¿Sabe?, -añadió-, ellos están fuera. Emigraron hace años y me da tristeza no ponerle unas flores a estas desnudas cruces que indican y recuerdan el fallecimiento de algunos miembros de la familia.
La buena mujer, continuó atando a las pequeñas cruces las llamativas flores: margaritas, siemprevivas. Sus labios se movían y en silencio rezaban oraciones por los fallecidos. Nadie le había pedido ese gesto. Lo hacía por voluntad propia. La buena mujer, sabía que los emigrantes no podían venir para cumplir con los familiares que ya no están entre nosotros.
Esta estampa, me conmovió…
En otra ocasión, también con motivo de mi trabajo, me desplacé a la isla de El Hierro. Había convenido una entrevista con tres hombres representantes del folclore herreño. Benito Padrón (tambor y voz), Gregorio Padrón (flauta o pito travesero) y Fernandino Padrón (improvisador y repentista). Fernandino, también debía hacernos un canto de trabajo: “arando”. Tras una noche de “enjuagues” con vino de pata (se llama así al vino que se obtiene pisando la uva) y una buena ración de un canto ya casi perdido: “La Meda”, (pareados improvisados)-, quedamos emplazados para la semana siguiente.
En la fecha convenida, llegamos al Hierro, al municipio de La Frontera. Allí, puntual a la cita, nos esperaba Benito Padrón y Gregorio Padrón. Benito, apenado, nos dijo es posible que Fernandino no cumpliera con la cita porque el día anterior había acompañado a su mujer al médico. Su mujer, tenia un callo en la planta del pie que no la dejaba andar y el tenía una irritación en un ojo. Como no sabían leer, equivocaron el empleo de los medicamentos y el remedio del callo se lo puso Fernandino en el ojo y está imposible. Con esa baja para nosotros importante comenzamos a hacer los preparativos. Al poco, Benito Padrón, señalando a la zona de Tejeguate, dijo: “aquel que viene por ahí es Fernandino”. Y efectivamente, era Fernandino. Llegó maltrecho, con su sombrero hasta las cejas, gafas oscuras y un pañuelo en la mano para secarse el chorro de lágrimas que manaba de su ojo.
Tras el saludo, se puso a colocarle la canga y el arado al burro.
-No Fernandino, no. Le dije en tono conciliador. Lo siento, pero en esas condiciones yo no lo voy a grabar. Ya habrá otra ocasión.
Fernandino sacó a relucir su genio. Alzó la voz y me dijo de manera contundente:
- “yo voy a arar y cantar”. Si quieren, lo graban; si no, jamás tendrán otra ocasión para hacer este trabajo.
- Ante tal actitud, grabamos varias coplas entre las que recuerdo:
“ A la hora del mediodía
me trae mi mujer el “la´yanto”
porque el que labra la tierra
debe comer en el campo”
“del campo vive el doctor
el rico y el hacendado
y siempre será despreciado
el pobre trabajador”.
Cuando terminamos, Fernandino me dijo: “mi palabra es una sola. Yo quedé con usted para grabar y sólo la muerte podía impedir la cita. Yo no permito ni faltar a mi palabra, ni que ustedes hagan un gasto tan grande para irse de vacío. Ahora voy para casa a resguardarme.
Y sin más, Fernandito alivió de carga al animalito, soltó el arado y tirando del burro traspuso deshaciendo el camino…
Al poco tiempo Fernandito Padrón, el repentista de Meda, falleció. Ahora resuenan en mi mente sus palabras que parecían anticipo de su muerte: “Yo voy a arar y cantar”. “Si quieren, lo graban; si no, jamás tendrán ocasión para hacer este trabajo”.
Fernandito Padrón, un hombre de punto, del que guardo un gratísimo y vivo recuerdo.
ALFREDO AYALA OJEDA
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