lunes, 14 de noviembre de 2016

EL PÁNICO ESCÉNICO

Hay solistas o intérpretes, que son de otra echaúra o como diría la gente nueva, de otra galaxia. Algunos, que todavía no tienen talla para llegar al micro se agigantan cuando están sobre los escenarios o aquellos otros que reúnen condiciones interpretativas de premio y se acojonan cuando, a la hora de la verdad, están antes el micrófono. También los hay que cierran los ojos cuando cantan y quienes le tienen auténtico pánico a estar frente a frente ante el público...

Cuando creé y dirigí el programa de música popular “La Bodega de Julián” contraté un coordinador. Lo conocí de jovencito en Adeje, en medio de uno de los tantos “Tenderetes” itinerantes que monté para Televisión Española en Canarias. Me había impactado su voz y su estilo. Era una voz mas bien pequeña pero con una dulzura exquisita. Recuerdo que, tras el ensayo, le dije: “Mira a la cámara. Desafíala. Enamórala. Rétala. Mantenle fija la mirada...”. Sin embargo, le podía la timidez y mis palabras con la sana intención de darle el ánimo que necesitaba, de poco o nada sirvieron... Cantó un par de coplas y estuvo brillante pero yo sabía que podía dar más de sí... Después, tiempo hubo en que le perdí la pista. Muchas veces, también, acudí a mis dos paños de lágrimas: “El Puncha” y Jaime León, dos amigos que siempre estaban dispuestos para echarme una mano en cosas del folclore. Una de las veces el Puncha me respondió con cierto brillo ilusionado en los ojos: “Ahí sigue, madurando”.

Al poco, lo que son las cosas, en la romería del Pino, en la Villa mariana de Teror, me lo tropecé y tuve ocasión de escucharlo en una parrandita que se montó en el punto de encuentro donde recalan todos los tendereteros: El Puente.

Pero el problema seguía latente. Llegaba animadito y a medida que se acercaba la hora de la verdad, ya estaba con el nervio subido, la voz presa y el temblique como si le fuera a dar el tilingo...

Incluso, recuerdo aquella ocasión en que con todo montado y el ensayo realizado para la grabación de La Bodega de Julián, pues se quedó a medio camino y dijo: “yo no salgo. No puedo”. Nada, no te preocupes, otra vez será...

Se me pareció a aquel famoso torero, que desde el burladero miraba al toro y dependiendo del gesto del animal, decidía si salía o no. Y muchas veces, las protestas fueron tantas que el ruedo se cubrió de almohadillas.

Pero de una manera u otra, el niño que se hizo grande, continúa teniendo una voz y un gusto exquisito para entonar las cosas de la tierra.

Y me llevo la gran satisfacción cuando en algún programa de televisión o de radio, lo veo y escucho.

Y Perdonen ustedes que me reserve su nombre.

ALFREDO AYALA OJEDA

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