Vivimos momentos difíciles. Momentos que, parejo con la angustia, obligan a navegar por recuerdos de amigos, de los que ni hemos podido despedirnos ni, como mal menor, compartir el dolor con sus hijos, padres, ni abuelos...
Hoy, entre tantas ausencias la memoria me traslada hasta la isla de La Palma, concretamente a Tijarafe, donde paseé, a principios de este siglo, con el repentista Eremiot que me llevó a conocer algunos de los mas, bellos rincones del municipio...
Fue un largo recorrido, con paradas ilustrativas, que Eremiot se conocía al dedillo. Desde las altas cumbres, donde estuvimos durante horas con carboneros de la zona, hasta el mar. Allí, con su barquito, nos adentramos en “Cueva Bonita”, lugar repleto de misterio y leyenda... Una cueva con dos bocas, por la que los pescadores de la zona, burlaban las visitas no deseadas , de los berberiscos...
También me llevó, hasta el pequeño embarcadero denominado “Poris de Candelaria”, donde me llamó la atención que un reducido grupo de pescadores, hubieran creado un pueblo dentro de una gran cueva, en la misma orilla del mar.
Me presentó al mismísimo “Diablo de Tijarafe”, encarnado en un personaje de cuento: Nicolás Rodríguez... También a María "la barajera", afamada echadora de cartas de la zona, a la que visité y me vaticinó que no volvería más a la isla de La Palma... Por eso, cuando paramos en un barcito de la zona y escuché una abundante ración de décimas, al despedirme, me dijo Eremiot: “si quieres chafarle el vaticinio a la barajera, no vayas por la calle del Adiós , porque por esa calle, se va derechito al cementerio.”
Con el paso del tiempo, regresé a Tijarafe y recordé al amigo Eremiot y cuanto me había dicho, de la calle Adiós... Emprendí el regreso, caminando por las adoquinadas calles del municipio, mientras me venía a la memoria la poetisa cubana, Dulce María Loynaz que en 1.958 escribía así, en la publicación “Un Verano en Tenerife”, sobre la calle que se llama Adiós que bajo su rotulación aparece pintada estas sentidas letras...
Foto: Alfredo Ayala, en la calle del Adiós
“¿Qué secreto alentaba en ella que su recuerdo había perdurado a través de una distancia que medía por olas, de un tiempo que ocupa casi toda la vida?.. Lo supimos después. No era sombra de amor ni de misterio. No era aroma de leyenda. Adiós, sencillamente era la calle que conducía al camposanto. Pero voy a decir lo que era de manera exquisita: lo era con poesía que era una cosa que se da muy poco en materia municipal, y, por mejor decir poco en cualquier materia. No creo que haya habido Concejales padrinos: fue el pueblo, un pueblo diminuto el que se acostumbró a llamarlo así, o ella misma nació ya con ese nombre que le era íntimo consustancial, exacto. De ahí la gracia la finura que no puedo olvidar quien la mira en otros días con sus ojos de niño. La calle va en declive, cortada sobre un risco; el pueblo queda arriba recogido el puñado de sus casas al filo del barranco. Pero hacía abajo y ya en el mismo talud que desciende verticalmente, en un despliegue de la roca han puesto el cementerio, como quien pone un ramo de azahares al pecho de la montaña. Bien se comprende que es difícil llegar a aquél sitio, aún para los hijos de esa fragosa tierra avezados a franquear desfiladeros: fue así que se hizo uso con el tiempo en detenerse en cierta escotadura donde la calle se quebraba por un corte de tajos descendentes. Era el umbral de las despedidas: allí quedaban los acompañantes todavía por unos minutos viendo bajar ya a picos de las Breñas un reducido resto de cortejo. Allí en silencio conmovido daban el último saludo el amigo al amigo que se iba, el hermano al hermano ….Luego se volvían calladas calle arriba, impregnada de suspiros hecha de adioses sin salida, no podía tener ya más que un nombre : y se llama ADIÓS.”
*Nota: Las dos primeras fotos pertenecen a "Fotos Antiguas de Canarias"
ALFREDO AYALA OJEDA